Los principales sacerdotes y los escribas oyeron esto y buscan cómo destruir a Jesús, pero toda la multitud estaba admirada de su enseñanza. Marcos 11:18, NBLA.
El domingo, Jesús pidió un asna que nadie hubiese montado; era costumbre que todo lo destinado al uso sagrado o real fuera sin estrenar. Fue la única ocasión en que Jesús se permitió ser honrado como Mesías. Un rey cabalgando en un asna era símbolo de paz, y se cumpliría la profecía (ver Zacarías 9:9).
Un día después de la entrada triunfal, volvían Jesús y sus discípulos a Jerusalén cuando encontraron una higuera, llena de hojas, pero sin higos. Jesús maldijo el árbol, y al día siguiente la higuera estaba seca (Marcos 11:12-14,20). Aquel árbol estéril era un símbolo exacto de la nación judía: frondosa en ceremonias, pero sin frutos de verdadera piedad. Al siguiente día Jesús declaró: “Vuestra casa os es dejada desierta” (Mateo 23:38), y así preparó a sus seguidores para el rechazo de los dirigentes judíos. Si Jesús te comparara con un árbol, ¿cuál árbol crees que escogería? ¿Con solo follaje, florido, con frutos, o con hojas secas?
Luego Jesús fue al templo y lo encontró transformado en un mercado, y se llenó de indignación. Al entrar al recinto sagrado las personas dejaban toda carga, como símbolo de reverencia, pero los pasillos estaban bloqueados con vendedores de animales para el sacrificio, con precios alterados y animales defectuosos. Jesús volteó las mesas, liberó a los animales, echó fuera a los mercaderes. Si Jesús visitara tu hogar, ¿qué mesas voltearía? ¿Qué encontraría en tu vida que esté bloqueando su entrada a tu corazón? ¿Qué ofrendas defectuosas notaría?
Los líderes religiosos temblaron, pues sabían que tal obra debía ser hecha por el Mesías esperado (ver Malaquías 3:1, 2). “Después de un rato, los sacerdotes y gobernantes se atrevieron a volver al templo. Cuando el pánico hubo pasado, los sobrecogió la ansiedad de saber cuál sería el siguiente paso de Jesús. Esperaban que tomara el trono de David. Volviendo quedamente al templo, oyeron las voces de hombres, mujeres y niños que alababan a Dios” (DTG, p. 542). Los niños cantaban, los enfermos curados alababan, los cojos saltaban de gozo. Esto ofendió a los gobernantes del templo. Deseaban acabar con Jesús, pero por miedo a la muchedumbre no hicieron pública su hostilidad.
Quienes te atacan y desean hacerte daño, es porque te tienen miedo; cuando se quedan sin argumento, se defienden con gritos, insultos y amenazas, haciendo público su miedo e ignorancia.