«Oren en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y manténganse atentos, siempre orando por todos los santos». Efesios 6:18, RVC
HAY EN ESTE TIEMPO un amor febril por el placer, un terrible aumento del libertinaje y un desprecio de la autoridad. No solo los mundanos, sino también los cristianos profesos, son gobernados por las inclinaciones antes que por el deber. Las palabras de Cristo repercuten a través de los siglos: «Velen y oren» (Mat. 26:41, NTV). — The Review and Herald, 20 de diciembre de 1881.
Se necesita ahora estar más vigilantes que nunca en la historia de la humanidad. Hay que apartar los ojos de la vanidad. Hay que desaprobar decididamente la ilegalidad que predomina en esta época. Que nadie piense que no está en peligro. Mientras viva Satanás, desplegará esfuerzos constantes e incansables para lograr que el mundo sea más malvado que antes del diluvio y tan licencioso como eran los habitantes de Sodoma y Gomorra. Los que temen a Dios deben orar diariamente para que él preserve sus corazones de los deseos pecaminosos y los fortalezca para que resistan la tentación. Los que confiados en sus propias fuerzas no creen que es necesario velar, están al borde de una humillante caída. Todos los que no sientan la importancia de proteger resueltamente sus afectos, serán cautivados por los que practican el arte de entrampar y descarriar a los desprevenidos. Los seres humanos pueden tener un conocimiento de los asuntos divinos y la habilidad de llenar un lugar importante en la obra de Dios, sin embargo, a menos que tengan una fe sencilla en su Redentor, serán entrampados y vencidos por el enemigo.
Hay mucha falta de poder moral debido a que tristemente se ha descuidado el deber de velar y orar. Por eso tantos, que manifiestan una forma de espiritualidad, no producen las obras correspondientes. Una descuidada indiferencia y una seguridad carnal concerniente a los deberes religiosos y las cosas eternas prevalecen en un grado alarmante.
La Palabra de Dios exhorta: «Oren en todo tiempo […], y manténganse atentos, siempre» (Efe. 6:18, RVC). Esta es la salvaguarda del cristiano, su protección en medio de los peligros que acechan en el camino. — The Review and Herald, 11 de octubre de 1881.