Procuraban prenderle, porque entendían que decía contra ellos aquella parábola, pero temían a la multitud, y dejándole, se fueron. Marcos 12.12.
Para evitar preguntas inquisidoras por parte de los sacerdotes, los escribas y los ancianos, Jesús habló en parábolas. Presentó la parábola de la viña y los labradores malvados (Marcos 12:1-9). Los dirigentes religiosos inmediatamente reconocieron aquella historia citada en Isaías 5:1, 2: “Mi amigo tenía una viña en una fértil ladera. La había desherbado y despedregado. Luego había plantado en ella vides escogidas. Había edificado en ella una torre y también había labrado un lagar. Esperaba que diera uvas buenas, pero dio uvas silvestres” (NVI).
Jesús añadió nuevos detalles. Isaías hace énfasis en la falla del viñedo por no producir frutos, lo cual simbolizaba al pueblo de Israel; Jesús se enfocó en los labradores de la viña, que simbolizaban a los líderes religiosos. Ellos, allí presentes, se dieron cuenta de que Jesús estaba describiendo su obra defectuosa como dirigentes espirituales del pueblo de Dios, usurpando los derechos del dueño. Jesús se presentó a sí mismo como el heredero de la viña, el Hijo de Dios. Mateo aclara que los oyentes contestaron la pregunta sobre el castigo: “A los malos destruirá sin misericordia, y arrendará su viña a otros labradores, que le paguen el fruto a su tiempo” (Mateo 21:41). Contestaron correctamente y se condenaron ellos mismos. Jesús les aclaró que la piedra fundamental había venido, y ellos la habían rechazado. El reino de Dios estaba allí, rechazado por los constructores espirituales. Los líderes se sintieron terriblemente ofendidos. No podían soportar más insultos de este profeta itinerante, ellos eran los únicos “cualificados” para juzgar, y Jesús los estaba poniendo en evidencia públicamente. Les habría encantado detenerlo inmediatamente, pero le tenían miedo a la multitud. Las palabras de Jesús habían impactado poderosamente, y unidas a la actitud de los líderes del templo, quedó despejada roda duda de quiénes eran los labradores malvados.
En su sabiduría infinita, Dios escogió la piedra fundamental, y la colocó él mismo. La llamó “cimiento estable”. El mundo entero puede colocar sobre él sus cargas y pesares; puede soportarlos todos. Con perfecta seguridad, pueden todos edificar sobre él. Cristo es una “piedra probada”. Nunca chasquea a los que confían en él. Él ha soportado la carga de la culpa de Adán y de su posteridad, y ha salido más que vencedor de los poderes del mal. Ha llevado las cargas arrojadas sobre él por cada pecador arrepentido. En Cristo ha hallado alivio el corazón culpable. Él es el fundamento estable todo el que deposita en él su confianza, descansa perfectamente seguro. (DTG, p. 550)