El que venciere no sufrirá de la segunda muerte. APOC. 2:11
Los guardias romanos vigilaban el mercado de Esmirna. Poseidón, Artemisa y Demetrio teman un rol importante en la vida de la mayoría de los ciudadanos romanos. Roma demandaba fidelidad
única al emperador, y como gesto de fidelidad, cada ciudadano estaba obligado a quemar incienso ante los dioses de Roma.
Los cristianos rehusaron hacerlo. Ellos creían que era idolatría adorar en los templos de los dioses romanos. Muchos pagaron con sus vidas por creer así.
Policarpo era un discípulo del apóstol Juan y anciano de la iglesia de Esmirna. Una noche los oficiales romanos lo arrestaron en una granja fuera de la ciudad. En esa localidad se torturaba a los cristianos hasta la muerte y se desmembraban sus cuerpos cuando rehusaban adorar al emperador.
Pero Policarpo recibió a estos oficiales con una sorprendente alegría. Aun los invitó a sentarse y comer. Luego les pidió una hora para orar sin ser interrumpido. Hecho esto, Policarpo se fue con los soldados al estadio de la ciudad. La inmensa muchedumbre rugió cuando Policarpo entro.
Ante una gran pila de leña, se le dio a Policarpo una última oportunidad para renunciar a Cristo. “Jura fidelidad supreme at emperador —declaró el cónsul— y te dejaremos libre. Rechaza a Cristo’ .
Policarpo se dirigió al cónsul y replicó sereno: “Por ochenta y seis años lo he servido, y él nunca me hizo nada malo,
¿cómo puedo blasfemar en contra del Rey que me ha salvado?”
A través de su prueba, los testigos se sorprendieron por la mirada llena de confianza, y aun de gozo, que había en el Cristo de este líder cristiano. Decían que estaba “iluminado por la gracia”.
Policarpo no miraba solamente a los paganos ávidos de sangre en el estadio, o a la leña que sería prendida, él miraba más allá, al horizonte. Cuando se anunció oficialmente que Policarpo se había confesado cristiano, la muchedumbre gritó en coro: “Que sea quemado vivo”.
Los soldados ataron las manos de Policarpo a sus espaldas, mientras el elevaba una oración. Policarpo agradecido a su Señor por el honor de testificar de su fe de esta manera.
Finalizada la oración de Policarpo, el ejecutor prendió el fuego. Las llamas rápidamente lo envolvieron.
Policarpo había hablado con confianza hasta el mismo fin. Hablo de la resurrección. Hablo de la vida eterna. El horror de su juicio no lo pido aniquilar. Él miraba más allá de ello. Miraba al lejano horizonte.
Dios nos puede dar esa clase de confianza, esa clase de seguridad. Él nos puede ayudar a mirar más allá de las llamas, más allá de los gritos de una muchedumbre furiosa. Él nos puede mantener firmes hasta el mismo fin.