Y pensando él en esto, he aquí un ángel del Señor le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu Mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es. Mateo 1:20.
Pasaron cuatrocientos años desde las profecías de Malaquías sobre la llegada del Mesías hasta que Dios encontró a un hombre digno de ser el padre terrenal del Mesías. Ese hombre era José.
José y María eran descendientes del rey David. Mateo explica la genealogía real de Jesús a través de José (Mateo 1:1-16). Es introducido como esposo de María (Mateo 1:16), no como padre de Jesús, porque era el padre legal pero no biológico. José estaba comprometido con María, pero aún no vivían juntos, puesto que no se habían casado todavía. En aquellos tiempos, un compromiso matrimonial era una relación legal (Deuteronomio 22:23, 24) que solo podía disolverse con el divorcio (ver 5CBA, p. 276).
Antes de unirse como pareja, María salió embarazada (Mateo 1:18). El ángel anunció a María su concepción virginal (Lucas 1:26-35), pero cuando se le apareció a José, ya estaba enterado del embarazo. Había pensado romper el compromiso sin causarle una vergüenza pública a su prometida (Mateo 1:19). Era un hombre de principios: hacía lo correcto de la manera correcta. Algunas preguntas vendrían a su mente: ¿Será correcto casarse con una mujer de apariencia adúltera? ¿Debería divorciarme sin mencionar las razones, lo cual es legalmente aceptado? Si cuidaba solo su reputación, exponía la reputación de ella. Podía acusarla de adulterio, sentenciarla a muerte, y lanzar la primera piedra como testigo de su inocencia (Deuteronomio 22:23, 24). José tenía dos opciones: criar un hijo ajeno, o dejar que la gente considerara a María una mujer adúltera y a Jesús un hijo bastardo. Pero Dios siempre tiene salidas donde nosotros no vemos ninguna.
Casarse con una embarazada era cargar con un estigma social el resto de su vida. Probablemente fue por eso que más adelante, cuando viajaron a Belén, donde aún vivirían familiares, nadie quiso recibirlos. En tales circunstancias, el mensajero divino le confirmó el alumbramiento virginal de María. José arriesgó su reputación y consideró la misión más grande que su honor: tomó a María como esposa a pesar de las implicaciones futuras. Honró la virginidad de María hasta el nacimiento de Jesús. Obedeció sin importar sus intereses personales. Así demostró que poseía las cualidades necesarias para ser el padre adoptivo de Jesús, que era Dios mismo encarnado. Tus decisiones afectan la vida de otros. Pide sabiduría a Dios y haz su voluntad, no importa cuán difícil sea la situación.
Cualesquiera sean tus frustraciones y dudas, Dios está allí para decirte como a José: “No tengas miedo”.