«He aquí, como los ojos de los siervos miran la mano de sus amos, y como los ojos de la sierva miran la mano de su ama, así nuestros ojos miran al SEÑOR, nuestro Dios, hasta que tenga compasión de nosotros».
Salmo 123:2, RVA 15
LOS HIJOS DE Dios deben cultivar una aguda sensibilidad para el pecado. […] Una de las artimañas más exitosas de Satanás consiste en inducirnos a cometer pequeños pecados, en cegarnos al peligro de transigir en cosas pequeñas; en hacer pequeñas interrupciones de los claros requerimientos de Dios. Muchos que se estremecerían de horror ante la idea de cometer grandes transgresiones son inducidos a considerar el pecado en las cuestiones pequeñas como de poca importancia. Pero estos pequeños pecados van extinguiendo nuestra vida de consagración. Los pies que entran en la senda que se aparta del camino correcto van hacia el camino ancho que termina en muerte.
Dios pide que le demostremos nuestra lealtad prestándole una obediencia indiscutible. Cuando tomemos una decisión sobre alguna conducta, no debemos preguntar únicamente si producirá algún daño, sino también si contraría la voluntad de Dios. Hemos de aprender a desconfiar del yo y a confiar enteramente en la dirección y el apoyo de Dios, así como pedir el conocimiento de su voluntad y fuerza para realizarla. Debemos estar más en comunión con Dios. Nuestra única seguridad consiste en orar en secreto, orar mientras trabajamos, orar mientras caminamos, orar en la noche, tener los pensamientos siempre elevados hacia Dios. Esa es nuestra única salvaguarda. Así fue como Enoc caminó con Dios. Así fue como nuestro Ejemplo obtuvo fuerza para recorrer el espinoso camino que lo condujo desde Nazaret hasta el Calvario.
Cristo, el Inmaculado, sobre quien se derramó el Espíritu Santo sin medida, reconoció constantemente su dependencia de Dios y buscó renovada provisión de la Fuente de poder y sabiduría. Cuánto más los seres finitos y falibles deberían sentir esta necesidad de ayuda divina en todo momento.
¡Cuán esmeradamente debemos seguir la Mano que nos dirige, cuán afanosamente atesorar cada palabra que se nos ha dado para nuestra guía e instrucción! «Como los ojos de los siervos miran la mano de sus señores, y como los ojos de la sierva, la mano de su señora» (Sal. 123:2, RVC), así deben estar nuestros ojos puestos en el Señor nuestro Dios.
Debemos recibir sus mandamientos con una fe implícita y obedecerlos de manera detallada y alegre. — The Review and Herald, 8 de noviembre de 1887.