«»Porque los montes se moverán y los collados temblarán, pero no se apartará de ti mi misericordia ni el pacto de mi paz se romperá», dice Jehová, el que tiene misericordia de ti». Isaías 54:10
NO DEBEMOS PENSAR en Dios solamente como Juez y olvidarnos de que es nuestro Padre amoroso. Nada puede causarnos más daño, ya que toda nuestra vida espiritual es moldeada por nuestro concepto del carácter de Dios. […]
Aprovechemos cada valiosa oportunidad de familiarizarnos con nuestro Padre celestial, «porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Juan 3:16, RVC). ¡Qué amor maravilloso el manifestado por Dios, el Dios infinito, al concedernos el privilegio de acercarnos a él llamándolo Padre! Ningún padre terrenal podría suplicar más vehementemente a su hijo que yerra, que Aquel que nos creó cuando ruega al transgresor. Nunca un interés humano, lleno de amor, ha seguido al impenitente con invitaciones tan tiernas. […]
Él ha empeñado su palabra. Las montañas podrían desaparecer y los collados temblar, pero su amor no se apartará de su pueblo, ni se quebrantará el pacto de su paz. Se oye su voz que dice: «Con amor eterno te he amado» (Jer. 31:3). «Con misericordia eterna tendré compasión de ti» (Isa. 54:8). Cuán asombroso es este amor, que Dios condescienda a quitar toda causa de duda e incertidumbre del temor y la flaqueza humanos, y tome la mano temblorosa que se levanta hacia él con fe; y nos ayude a confiar mediante renovados motivos de seguridad. Nos ha dado un pacto fiel a condición de que obedezcamos, y viene a encontrarnos en nuestra propia manera de entender las cosas. Creemos que una promesa de nuestros semejantes aún necesita una garantía. Jesús contempló estos temores peculiares y confirmó su promesa con un juramento: «Por eso Dios, queriendo demostrar claramente a los herederos de la promesa que su propósito es inmutable, la confirmó con un juramento […]» (Heb. 6:17, NVI) ¿Qué más podría hacer nuestro Dios para fortalecer nuestra fe en sus promesas? — The Review and Herald, 5 de abril de 1887.