«Les dijo: «¿Por qué tienen tanto miedo? ¿Cómo es que no tienen fe?»». Marcos 4: 40, MHH
¿POR QUÉ TENEMOS una fe tan débil? […] Tenemos tan poca fe, somos tan • incrédulos, que el Señor no puede hacer por nosotros lo que desea realizar. Nuestra mente alberga dudas muy tristes y difíciles de disipar. Debemos enfrentar valientemente esas dudas que nos abruman y decididamente vencerlas de inmediato. No demoremos, porque no puede haber paz cuando se ha perdido la fe. No debemos manifestar esas dudas, porque pueden hacer vacilar a otra pobre persona. Examinémoslas a la luz de la Palabra de Dios: luego hablemos de ellas con Jesús teniendo en la mano sus promesas, orando para que las quite. Digámosle al Señor: «¡Sí, creo, pero ayúdame a superar mi incredulidad!» (Mar. 9: 24, NTV). No coloquemos ninguna duda en una silla relajada y cómoda. Se convierte en un huésped peligroso cuando se le permite arraigarse en la mente y contrarrestar la fe. […]
La fe genuina es vida, y donde hay vida hay crecimiento. La vida que Jesús imparte está destinada a crecer cada vez más. Una fe viva significa un aumento de vigor, una confianza segura, mediante los cuales la persona se convierte en un poder vencedor. El que bebe del agua de la vida que Jesús ha dado, posee dentro de sí una fuente de agua que salta para vida eterna. Aunque quede separada de todas las fuentes creadas, es alimentada por el manantial oculto. Es una fuente perpetua, en comunicación inmediata con la inextinguible fuente de vida.
Se deshonra al Señor cuando cualquiera que profesa su nombre tiene un vacío interno. Esto representa mal a Dios. Nada fuera de Cristo manifestado en el espíritu, la vida y el carácter puede revelar a Dios a un mundo que no lo conoce.
La persona renovada en el conocimiento de Dios y de Jesucristo a quien Dios envió, demuestra su plenitud divina a través de una experiencia viva y creciente, incluso la plenitud de Aquel que todo lo llena a plenitud (Efe. 1: 23, RVC).— Carta 70, 1897.