«Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo.» Gálatas 6:2
Hace años, mi cuñado y yo tuvimos que sacarnos el carnet de embarcaciones de recreo para poder conducir ciertas lanchas en los campamentos de verano. Fue una experiencia novedosa descubrir el mundo de la navegación marítima y fluvial. Recuerdo cómo estudiamos las leyes, las medidas de las embarcaciones, los tipos de motores y anclas, las comunicaciones sonoras y visuales. Hasta los nudos y amarres que sujetan las diferentes partes de una embarcación. Aprobamos y nos dispusimos a ejercitar nuestra nueva capacidad de navegar. Las primeras prácticas fueron en un embalse en el centro de España, una zona recreativa de la iglesia. Fue allí donde descubrimos una regla básica de la navegación que no estaba en nuestros manuales: la importancia de la distribución de la carga. Si los niños que embarcábamos decidían ponerse en un solo lado de la lancha, la cosa iba mal. No podíamos controlar los giros de manera estable. Si todos se colocaban detrás era un peligro porque alguno podía caer y estaban cerca del motor. Aprendimos bien pronto que había que equilibrar la carga y evitar el sobrepeso.
Al tiempo descubrí este texto de Pablo. La expresión que emplea para «carga» se relaciona con las mercancías que llevaban los barcos. Desde los egipcios, que inventaron el transporte fluvial, hasta los romanos, pasando por las enormes bañeras fenicias (así llamaban a sus «gaulos»), todos eran muy respetuosos con la distribución de las cargas. Si no querían escorar y volcar un barco, debían equilibrar los pesos. Era una regla importante a tener en cuenta. Pablo la llama «la regla de Cristo».
Nuestra iglesia es un equipo, palabra que en su origen significa (‘barco’) en el que todos, de una manera u otra, pesamos. En ocasiones, ese peso para algunos se convierte en una adversidad, pero, en realidad, debiéramos considerarlo una oportunidad para equilibrar nuestra navegación. Es la regla de Cristo, hemos de sobrellevarnos porque así avanzamos. Hemos de comprender más, de respetar más y debemos pedir que esa actitud sea recíproca. ¿Por qué? Porque todos somos necesarios en la embarcación del Señor. Nuestra iglesia es, además, un grupo (palabra que en su origen significa ‘nudo’) y necesita amarrarse a ese timón que es Cristo. En las tormentas se puede desplazar la carga y él pilotará de tal manera que no escoremos.
Evitemos poner toda la carga en un solo lado porque el desequilibrio puede volcarnos hacia fundamentalismos de cualquier ideología. Sobrellevémonos los unos a los otros para que lleguemos no solo a buen puerto sino al Puerto.