«Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad». 1 Juan 1:9
TODOS SOMOS FALIBLES, todos cometemos errores y caemos en el pecado, pero si el que obra mal está dispuesto a ver sus errores cuando el Espíritu de Dios lo convence de ellos, y con humildad de corazón los confiesa […] entonces puede ser restaurado. […]
Las mansiones que Jesús ha ido a preparar para todos los que lo aman serán habitadas por los que estén libres de pecado. Pero los pecados que no son confesados nunca serán perdonados; el nombre del que así rechaza la gracia de Dios será borrado del libro de la vida. Está por llegar el tiempo en el que todo secreto será juzgado, y entonces se harán muchas confesiones que asombrarán al mundo. Se revelarán los secretos de todos los corazones. Se confesarán públicamente los pecados. Pero lo triste del caso es que esas confesiones se harán demasiado tarde para ser de utilidad para el pecador o para salvar a otros del engaño. Solo testificarán de que su condenación es justa. […] Ahora pueden cerrar el libro de sus recuerdos a fin de evitar confesar sus pecados, pero cuando se realice el juicio y se abran los libros, no podrán cerrarlos. El ángel registrador ha prestado su testimonio verdadero. Todo lo que han procurado ocultar y olvidar está registrado, y se leerá cuando sea demasiado tarde para enmendar los errores. […] A menos que nuestros pecados sean perdonados, testificarán contra nosotros en aquel día.— The Review and Herald, 6 de diciembre de 1890.
El profeta Daniel estaba muy cerca de Dios cuando lo buscaba confesando sus pecados y humillando su espíritu. No procuraba disculparse, sino que reconocía la plena extensión de su transgresión. En nombre de su pueblo, confesó pecados que él no había cometido y buscó la misericordia de Dios para poder mostrar a sus hermanos sus pecados, y con ellos humillar los corazones delante de Dios.
A todos los que lo buscan con verdadero arrepentimiento, Dios les asegura: «Yo deshice como a una nube tus rebeliones y corno a una niebla tus pecados; vuélvete a mí, porque yo te redimí» Osa. 44: 22).— Ibid.