«Por lo tanto, mi Dios les dará a ustedes todo lo que les falte, conforme a las gloriosas riquezas que tiene en Cristo Jesús». Filipenses 4:19, DHH
SE PIDE QUE LOS HIJOS DE Dios sean representantes de Cristo, y que expongan la bondad y la misericordia del Señor. Si tan solo manifestaran diariamente su bondad, se erigirían barreras alrededor de ellos contra las tentaciones del maligno. […]
Dios conoce nuestras necesidades e hizo provisión para satisfacerlas. El Señor tiene una tesorería con abundantes provisiones para sus hijos, y puede darles lo que necesitan en todas las circunstancias. Entonces, ¿por qué no confiar en él? Ha hecho promesas maravillosas a sus hijos a condición de que obedezcan fielmente sus preceptos. No hay ninguna carga que no pueda quitar, ninguna tiniebla que no pueda disipar, ninguna debilidad que no pueda transformar en poder, ningún temor que no pueda apaciguar, ninguna aspiración digna que no pueda guiar y justificar.
No debemos mirarnos a nosotros mismos. Cuanto más pensemos en nuestras imperfecciones, menos fuerza tendremos para superarlas. Hemos de prestar un servicio gozoso a Dios. La obra de Satanás consiste en presentar al Señor como si no tuviera compasión y piedad. […] Llena la imaginación con falsas teorías sobre Dios, y nosotros, en vez de espaciarnos en la verdad concerniente al carácter de nuestro Padre celestial, ocupamos nuestra mente con los conceptos erróneos de Satanás y deshonramos a Dios al no confiar en él y murmurar contra él. Cuando actuamos como culpables sentenciados a muerte, estamos levantando falso testimonio contra Dios. El Padre dio a su Hijo unigénito y amado para que muriera por nosotros y, al hacerlo, le confirió un gran honor a la humanidad, ya que, en Cristo, el vínculo que se rompió debido al pecado se restableció y la humanidad volvió a conectarse con el cielo.
Los que dudan de la misericordia de Dios, deben mirar al Cordero de Dios, al Varón de dolores que llevó nuestra aflicción y nuestro pecado. Es nuestro amigo. Murió en la cruz porque nos amó. Se conmueve por nuestras flaquezas y nos lleva ante el trono. Como respuesta a su amor indescriptible, ¿no alentaremos en nuestro corazón esperanza, amor y gratitud? ¿No prestaremos un servicio gozoso a Dios? — The Review and Herald, 14 de enero de 1890.