«Confía en Jehová y haz el bien; habitarás en la tierra y te apacentarás de la verdad». Salmo 37:3
«CONFÍA EN JEHOVÁ». Cada día tiene en sus cargas, zozobras y preocupaciones y, cuando las enfrentamos, cuán listos estamos a hablar de nuestras dificultades y pruebas. […] Algunos siempre están temiendo y buscando problemas. Cada día están rodeados por las señales del amor de Dios, cada día disfrutan de la abundancia de su providencia, pero ignoran estas bendiciones actuales. […]
¿Por qué hemos de ser desagradecidos y desconfiados? Jesús es nuestro Amigo. Todo el cielo se interesa en nuestro bienestar, y nuestra ansiedad y temor afligen al Espíritu Santo de Dios. No debemos fomentar afanes cuyo único resultado es irritarnos y gastarnos, y no ayudarnos a sobrellevar las pruebas. No debemos darle lugar a esa desconfianza en Dios que conduce a hacer nuestra preocupación esencial de la vida la preparación para afrontar necesidades futuras, como si nuestra felicidad consistiera en poseer estas cosas terrenas. […]
Podemos estar preocupados por los negocios, nuestras expectativas tornarse cada día más oscuras y estar amenazados por cuantiosas pérdidas. Pero no debemos desanimarnos: coloquemos nuestra preocupación sobre Dios, y permanezcamos tranquilos y alegres. Comencemos cada día con una oración ferviente, sin dejar de ofrecer alabanza y agradecimiento. Pidamos sabiduría para llevar a cabo nuestras ocupaciones con prudencia y prever así pérdida y desastre. Hagamos todo lo posible para que haya resultados favorables. […] Luego, confiando en nuestro Ayudador después de haber hecho todo lo posible, aceptemos gozosamente el resultado. No siempre será ganancia desde el punto de vista mundano, pero posiblemente el éxito habría sido lo peor para nosotros. […]
Necesitamos considerar la gloria de Dios en todos los aspectos de la vida. Necesitamos una fe viva que se aferre de las promesas de Dios, independientemente de cuán oscuro se vea el panorama. No debemos observar lo que podemos ver y juzgar desde la perspectiva del mundo, y dejarnos gobernar por los principios del mundo, sino mirar las cosas que son invisibles y eternas.— The Review and Herald, 3 de febrero de 1885.