Aquellos hombres tuvieron mucho miedo, y le dijeron: ‘¿Por qué has hecho esto?» Y como sabían que Jonás huía de la presencia del Señor, pues él mismo se lo había dicho. Jonás 1:10, RVC.
La confesión del profeta Jonás atemorizó aún más a los marineros. ¿Que podían hacer con Jonás? Es interesante que, mientras el profeta se atreve a actuar contrario al Dios al que dice temer, la mera mención de Dios trae temor al corazón de los marineros. Por otro lado, mientras Jonás no quería que los ninivitas se salvarán, Dios quería salvar a Jonás a cualquier precio.
La expresión «¿por qué has hecho esto?» (Jonás 1:10) era más una exclamación que una pregunta. «¿Qué haremos contigo para que el mar se nos aquiete?» (vers. 11). ¡Otra oportunidad para hablar del amor y la misericordia de Dios e invitarlos a clamar al que hizo y controla el mar! Pero uniéndose a la creencia pagana, Jonás propuso el suicidio: prefería morir antes que hacer la voluntad divina. Tampoco colaboró para hacer volver la nave a tierra. Los marineros remaban en vano, viendo que las velas del barco estaban siendo llevadas por la tempestad. Ellos «clamaron a Jehová» (vers. 14), mientras que Jonás no fue capaz de orar por su propia vida. Los marineros vieron en la tormenta una manifestación divina, Jonás vio una oportunidad de escaparse de su misión. Los marineros manifestaron más compasión por Jonás que la que él manifestó por los ninivitas.
Jonás nos recuerda quiénes somos: miedosos, egoístas, rencorosos, orgullosos y envidiosos del amor que Dios tiene por otros. Cuando finalmente decidió obedecer, acortó el mensaje y no mostró la opción del arrepentimiento, solo un cortante juicio: «¡Dentro de cuarenta días la ciudad será destruida!» (Jonás 3:4, RVC), expresando su deseo de castigo sin misericordia. Dios envió a Jeremías y Ezequiel, profetas fieles a su misión, a predicar durante cuarenta años a un pueblo que nunca escuchó; mientras que envió a un profeta renuente a proclamar que la ciudad asiria de Nínive sería destruida en cuarenta días, y se arrepintieron ancianos, jóvenes, niños y animales. Definitivamente es Dios quien está al control del mundo.
¿Haces planes sin consultar la voluntad de Dios? ¿Te unes a creencias populares? ¿Huyes de alguna responsabilidad dada por Dios? Considera con calma la insensatez de zafarte de la responsabilidad que Dios te ha dado. Muchas malas decisiones se deben a que nuestra perspectiva es muy estrecha, comparada con la de Dios.
Ruega a Dios que amplíe tu perspectiva para ver la situación desde su punto de vista, y aceptar su plan, aunque no veas el cuadro completo.