No hace mucho asistí a una iglesia en la que se celebró un servicio especial donde varios miembros fueron consagrados públicamente para el ministerio. Algunos se convertían en ancianos, otros en diáconos o diaconisas, y otros eran apartados para diversos ministerios. Toda la congregación participó con oraciones de bendición y agradecimiento, y oí a muchos alabar al Señor, especialmente cuando se hizo un llamamiento a los jóvenes. En Levítico 8 encontramos algo parecido con Aarón y sus cuatro hijos. Ellos fueron llevados ante toda la congregación y «consagrados» para el ministerio en un servicio especial (vers. 2-5, 15, 30).
Resulta interesante que Levítico 8 establezca un estándar tan alto para los sacerdotes de Dios. Se suponía que debían ser santos o apartados del mundo como representaciones vivas de Dios. Aunque Aarón era un hombre mayor en ese momento, sus hijos eran adultos jóvenes, por lo que se trató de un llamamiento tanto a los jóvenes como a los mayores. Pablo lo expresó así en su Epístola al joven Timoteo, de quien era mentor en el ministerio: «Evita que te desprecien por ser joven; más bien debes ser un ejemplo para los creyentes en tu modo de hablar y de portarte, y en amor, fe y pureza de vida» (1 Tim. 4: 12). Como Pablo y Moisés, necesitamos elevar la norma de excelencia y santidad en el ministerio de jóvenes, ¡no bajarla!
Todo este concepto de ser sacerdotes santos en todo sentido se ilustra de manera excepcional en Levítico 8: 22-25. Moisés colocaba sangre del carnero sacrificado en la oreja derecha, el pulgar y el dedo del pie de cada uno de los sacerdotes. Esto significaba que Dios quería que guardaran lo que escuchaban y que escucharan diariamente sus palabras (la oreja), que hicieran lo que es correcto, viviendo en obediencia a él (el pulgar), y que cumplieran sus mandatos y participaran en su obra: que defendieran lo que es correcto, aunque eso significara actuar contra culturalmente (el dedo del pie). Todas estas actividades eran también otra forma de señalar a Jesús, que cumplía cada uno de estos deseos divinos de forma bella y perfecta.
Antes de que te desanimes y te preguntes cómo podrías aspirar a alcanzar este nivel y ser un sacerdote santo en la iglesia de Dios, fíjate en lo que ocurre en Levítico 8: Aarón y sus hijos reciben todos los dones que necesitan para ser sacerdotes eficaces para Dios. Tuvieron que aprender una lección increíble que los pastores de hoy también deben aprender: el ministerio tiene que ver con la humildad. Se trata de depender de Dios para que nos dé la fuerza, los dones, la sabiduría y el carácter que necesitamos para estar a la altura del desafío. Fíjate en lo siguiente:
Los sacerdotes tenían que ser lavados; no podían lavarse ellos mismos (vers. 6).
Los sacerdotes tenían que ser vestidos; no podían vestirse a sí mismos (vers. 8, 9).
Los sacerdotes tenían que ser ungidos con aceite; no podían ungirse a sí mismos (vers. 12).
A los sacerdotes había que aplicarles la sangre; no podían aplicársela ellos mismos (vers. 22-25).
Todo esto era para enseñarles su gran dependencia de Dios para ejercer un ministerio eficaz. Solo Dios podía lavarlos y regenerarlos (Tito 3: 5), y solo Dios podía revestirlos con su justicia (Sal. 132: 9). Solo Dios podía llenarlos con el aceite del Espíritu Santo (Luc. 4: 18), y solo Dios podía proveer su sangre para el perdón y la expiación.
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Lección de Escuela Sabática Para Jóvenes Universitarios 2023. 3er. trimestre 2023 LA RESTITUCIÓN Lección 7 «EL MINISTERIO» Colaboradores: Pr. Brayan R Cedillo & Magda Sanchez