«Celebraremos así tu victoria, y levantaremos banderas en el nombre del Dios nuestro. ¡Que el Señor cumpla todas tus peticiones!» (Salmo 20:5).
MENSAJE
Adoramos a Dios agradeciéndole por las victorias en nuestras vidas.
REFERENCIAS
Éxodo 17:8-16
Patriarcas y profetas, cap. 26, pp. 270-274
Creencias fundamentales 11, 22, 12
¿Te ha fastidiado alguien sin razón alguna? ¿Has visto a un bravucón hostigando a alguien porque era más débil? ¿Se ha burlado alguien de ti porque amas a Dios y le sirves?
Los israelitas continuaban acampados en Refidim, donde Dios había provisto agua de una roca. Las aguas del mar se habían separado para darles paso. Llegaron codornices al campamento para proveerles carne. Habían tenido maná cada mañana con una doble porción el viernes. Y sin embargo, todavía se preguntaban: «¿Está Dios entre nosotros o no?» (Éxodo 17:7).
La última amenaza procedía de los amalecitas, sus fieros primos del desierto. Estos guerreros descendientes de Esaú recorrían la región y mataban a cualquiera que se pusiera a su alcance. Una mañana Moisés llamó a Josué, un joven general israelita, y le dijo:
-Elige a algunos de nuestros hombres más fuertes y valientes y marcha a pelear con los amalecitas. Mañana me situaré en la cumbre de la colina con la vara de Dios en mi mano (Éxodo 17:9).
Josué salió a cumplir la tarea de reunir a los hombres para dar batalla a los amalecitas al día siguiente.
Cuando el sol comenzó a iluminar el desierto, Josué y sus hombres estaban preparados para encontrarse con los enemigos. Josué miró hacia la colina cercana y vio a Moisés parado en la cima, a su hermano Aarón y a Ur, que iban llegando a la cumbre. Vio que Moisés levantaba los brazos mientras oraba a Dios.
Josué sonrió confiado. Con Moisés en la cumbre de la colina se sentía conectado con Dios confiando que él y sus hombres ganarían la victoria. Comenzó la batalla.
Josué miraba de vez en cuando hacia la colina donde estaba Moisés. La batalla continuaba con ardor. Los israelitas hacían retroceder a los amalecitas. Pero después de un tiempo sucedió que Moisés bajó los brazos para descansar, y los amalecitas hicieron retroceder a los israelitas hacia su campamento. Entonces parecía que estaban ganando la batalla.
Moisés también vio lo que sucedía y le dijo a su hermano Aarón:
-Cuando bajo los brazos para descansar, parece que se interrumpe nuestra conexión con Dios, y los amalecitas comienzan a ganar la batalla.
Aarón y Ur comprendieron lo que sucedía. Inmediatamente a Aarón se le ocurrió un plan:
-Aquí hay una piedra. La traeremos para que te sientes. Ur y yo sostendremos tus brazos mientras suplicas a Dios y lo honras, para que no los bajes.
Así lo hicieron. De inmediato los israelitas comenzaron a ganar la batalla. Los dirigentes apostados en la colina se mantuvieron en la posición de adoración hasta que las sombras comenzaron a invadir el desierto. Para entonces Josué había derrotado completamente a los amalecitas.
Esa noche hubo regocijo en el campamento. Los israelitas comprobaron que mientras Moisés permanecía con los brazos levantados en adoración, Dios era como una bandera o estandarte levantada en triunfo por ellos.
A veces no reconocían a la presencia protectora de la nube así como el beneficio que implicaba recibir el maná cada día.
-Moisés -le dijo Dios a su fiel siervo–, escribe esto para memoria en un libro, y asegúrate de que Josué lo lea, porque borraré por completo el recuerdo de Amalec.
Moisés comenzó a escribir. De pronto sintió que ya no tenía tan cansados los brazos. Después de mostrar a Josué lo que había escrito en el rollo, lo guardó junto a la vasija con maná. Estas cosas siempre debían estar cerca para recordar a la gente, que olvidaba con tanta facilidad, lo que Dios había hecho por su pueblo.
Esa noche Moisés edificó un altar y le puso por nombre: «Jehová es mi bandera». Todos los pobladores del campamento adoraron a Dios porque él había derrotado una vez más a los enemigos de su pueblo y había atendido sus necesidades. Cada familia agradeció humildemente a Dios por su victoria.