Y los marineros tuvieron miedo, y cada uno clamaba a su dios; y echaron al mar los enseres que habla en la nave, para descargarla de ellos. Pero Jonás había bajado al interior de la nave, y se habla echado a dormir. Jonás 1:5.
Jonás es llamado a predicar a la capital del Imperio Asirio, Nínive, ciudad próspera y centro de impiedad. Asiria era una nación que había invadido a Israel y los había tomado cautivos. Jonás decidió mejor huir, y se llenó de desaliento, miedo y desesperación. ¿Por qué decidió huir Jonás? Porque conocía el amor divino, y sabía que si él predicaba durante cuarenta días a los ninivitas diciéndoles que su ciudad sería destruida si no se arrepentían, ellos se arrepentirían y Dios los perdonaría. Entonces, el profeta sería humillado, y su carrera se vería comprometida.
Así que Jonás se embarcó en dirección opuesta a su misión. El miedo limita, incapacita, ves solo imposibilidades, se enceguece tu percepción de la omnipotencia de Dios, y te lleva a tomar decisiones aceleradas. Por eso es el arma más efectiva de Satanás. Es peligroso anteponer tus intereses a tu misión. La misión es más grande que tus sueños, más importante que tu nombre y más honorable que tu reputación.
Dios no abandonó a su incrédulo y porfiado profeta, como tampoco te abandona a ti cuando no haces su voluntad. Al contrario, el Señor proveyó una serie de pruebas y providencias para revivir la fe en su gran poder para salvar. Una tormenta amenazó con hundir la nave donde iba Jonás, poniendo en peligro a los marineros inocentes. Decisiones basadas en el miedo también afectan a quienes nos rodean. El pecado es costoso: Jonás pagó su boleto a Tarsis, y casi pagó con su vida. Así es la trampa del pecado: promete un escape, pero lleva nuestra vida al naufragio. La tormenta no era un castigo divino sino un propósito redentor. ¿Cuántas tormentas habrá permitido Dios en tu vida para evitar que te causes daño con decisiones equivocadas?
Los marineros aterrorizados clamaron a sus dioses y se deshicieron de los enseres de la nave, objetos valiosos que representarían la razón del viaje. Cuando estás en graves circunstancias, tus prioridades cambian; no esperes hasta sufrir una tragedia para reorganizarlas.
Mientras los marineros luchaban por salvar la embarcación, Jonás dormía, no una siesta común sino un sueño pesado, inconsciente, anestesiado. Así es el estupor y la insensibilidad que produce el pecado. Pero la ausencia de culpa no es un termómetro para medir las acciones correctas.
Pide a Dios que no te deje dormir el sueño de la insensatez, que te despierte, aunque implique levantar una tormenta.