«Los que quieren enriquecerse caen en la trampa de la tentación, y en muchas codicias necias y nocivas, que hunden a los hombres en la destrucción y la perdición». 1 Timoteo 6:9
SATANÁS TIENE REDES y lazos, como las trampas del cazador, bien preparadas para entrampamos. Su propósito definido consiste en que los seres humanos utilicen las facultades que Dios les dio para conseguir fines egoístas antes que para glorificar a Dios. Dios quiere que nosotros tengamos trabajos que nos proporcionen paz y gozo, y nos produzcan beneficios eternos, pero Satanás quiere que concentremos nuestros esfuerzos en lo que no aprovecha, en cosas que perecen con el uso. […]
Nuestro corazón puede constituir la morada del Espíritu Santo. La paz de Cristo que sobrepasa toda comprensión puede anidar en nosotros, el poder transformador de su gracia puede obrar en nuestra vida y prepararnos para las cortes de gloria. Pero si empleamos el cerebro, los nervios y los músculos en el servicio del yo, no estamos haciendo de Dios y el cielo la primera consideración de nuestra vida. Es imposible bordar las cualidades de Cristo en nuestro carácter mientras dedicamos todas nuestras energías al mundo. Podemos ser exitosos en acumular tesoros en el mundo para gloria del yo, pero «donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón» (Mat. 6: 21, NVI). Los asuntos eternos ocuparán un lugar secundario. Podemos participar de las formas externas del culto, pero nuestro servicio será una abominación para el Dios del cielo.
Si los ojos están santificados y se dirigen al cielo, la luz del cielo llenará el alma, y las cosas terrenales parecerán insignificantes y sin atractivo. Cambiarán los motivos del corazón y se atenderán las amonestaciones de Jesús. Pondremos nuestro tesoro en el cielo. Nuestros pensamientos se fijarán en las grandes recompensas eternas. Todos nuestros planes los haremos con la mirada puesta en el futuro, en la vida inmortal. Seremos atraídos hacia nuestro tesoro. No nos enfocaremos en intereses mundanos, sino que en todo lo que llevemos a cabo, nuestra pregunta silenciosa será: «Señor, ¿qué quieres que yo haga?» (Hech. 9: 6). La religión bíblica estará tejida en nuestra vida diaria.— The Review and Herald, 24 de enero de 1888.