“Señor ¿cuántas veces perdonaré a mí hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete?”. Mateo 8:21
Creo que estaremos endeudados con Pedro por la eternidad. Pedro habla por todos nosotros. Hay algo en su condición humana que realmente me gusta. Me puedo identificar con su experiencia.
Usted probablemente lo puede hacer también. Pedro no es un santo separado de todo, que está sentado en un monasterio orando todo el día. En el fragor de la vida, él dice lo que siente. Con franqueza deja saber su posición. A veces es impulsivo y franco. Pero siempre es honesto.
Un día Pedro vino a Jesús y le hizo una pregunta importante. ‘Señor — le dijo— ¿Cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí?” Antes de esperar que Jesús respondiese, Pedro prosiguió, y contesto su propia pregunta: “¿Hasta siete?” (Mat. 18:2 1). Para Pedro, el número siete era una cifra extravagante. Pensó que Jesús lo felicitaría por su disposición a perdonar.
Los rabinos decían: “Si una persona peca contra ti una vez, perdónala. Si peca contra ti dos veces, perdónala. Si peca contra ti tres veces, perdónala. Si peca contra ti cuatro veces, hazle pagar por su pecado’. Pensaban que tres veces era suficiente perdón. Después de eso, la justicia demandada retribución.
Hanna, un rabino del primer siglo, escribió: “Aquel que perdona a su prójimo no lo debe hacer más allá de la tercera vez’. la ley rabínica requeríala justicia luego de la tercera ofensa.
Pedro pensó que perdonar a un hombre siete veces era semejante a la perfección divina. Él tomó el concepto de perdón más allá de la limitación de los fariseos. Siete es más que el doble del número de veces que los rabinos estaban dispuestos a perdonar. Siete es el número perfecto.
Imagínese la sorpresa de Pedro› cuando Jesús dijo: ‘No te digohasta siete, sino aun hasta setenta veces siete” (vers. 22). ¿Cómo podía alguien perdonar a otro que le había hecho un mal hasta 490 veces? Nuestro amante Padre celestial lo hizo. Él trató misericordiosamente a los judíos durante siglos, extendiéndoles su misericordia vez tras vez. Él les envió profeta tras profeta, mensajero tras mensajero. Luego envió a su propio hijo, y ellos lo crucificaron. Pacientemente, les ofreció el perdón y, sin embargo, Israel se rebeló continuamente.
Jesús quería que Pedro comprendiera esta verdad vital, y él espera que nosotros la entendamos también: el perdón no se mide por el número de veces que alguien te ofende. El perdón está enraizado en la misma naturaleza de Dios. Es una actitud de misericordia. No guarda rencor. No alberga resentimiento. Se perdona porque el perdón es la acción correcta. Es hacer lo que Dios hace.
¿Hay alguien que le ha hecho un mal, y lo ha lastimado muy profundamente? En el nombre de Jesús haga lo que es digno de un cristiano.