«Con respecto a la vida que antes llevaban, se les enseñó que debían quitarse el ropaje de la vieja naturaleza, la cual está corrompida por los deseos engañosos; ser renovados en la actitud de su mente; y ponerse el ropaje de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad». Efesios 4:22-24, NVI
SE HAN TOMADO las provisiones para que todo aquel que lucha con las prácticas pecaminosas, pueda quedar libre del pecado. «¡Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!» (Juan 1: 29). El cristiano no debe mantener los hábitos pecaminosos y conservar sus defectos de carácter, sino ser renovado en el espíritu de su mente a la semejanza divina. Cualquiera que sea la naturaleza de nuestros defectos, el Espíritu del Señor nos capacitará para discernirlos, y se nos dará gracia con la que podamos vencer. Mediante los méritos de la sangre de Cristo podemos ser vencedores; sí, más que vencedores. […]
Pidamos al Señor que nos ayude a conocernos; coloquemos nuestra vida bajo sus ojos escudriñadores y, cuando examine nuestro caso, veremos que hemos cometido lastimosos errores y que lo que considerábamos de poca importancia era ofensivo ante la vista del cielo. Veremos que hay una definida necesidad de una completa transformación del carácter. Comprenderemos que debemos erradicar el mal de nuestra conducta y colaborar con Dios y los ángeles celestiales que son enviados para servir a los que serán los herederos de la salvación. […]
El yo debe morir. Cada práctica, cada hábito que tiene una tendencia perjudicial, independientemente de cuán inocente pueda considerarlo el mundo, debe combatirse hasta ser vencido, para que el instrumento humano pueda perfeccionar un carácter de acuerdo con la norma divina. […]
Los caminos errados y las acciones perversas de los que nos rodean no deben deslustrar nuestra piedad ni llevarnos a conformar nuestros hábitos, nuestras costumbres y prácticas con el mundo. Que la oración que salga de los labios de los que afirman ser hijos e hijas de Dios sea: «Examíname, Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos. Ve si hay en mí camino de perversidad y guíame en el camino eterno» (Sal. 139: 23, 24).— The Youth’s Instructor, 7 de junio de 1894.