Así fue, cuando llamé, tú viniste; me dijiste: «No tengas miedo». Lamentaciones 3:57, NTV
Los cinco capítulos de Lamentaciones son poemas acrósticos, es decir, la primera palabra de cada verso comienza con una letra del alfabeto hebreo (alefato) de manera sucesiva.
Lamentaciones 3 narra la misericordia de Dios para los arrepentidos. El versículo 33 está exactamente en el centro, y presenta el amor de Dios como una luz que irradia en un lugar oscuro: «Porque no aflige ni entristece voluntariamente a los hijos de los hombres». Dios intenta todos los medios posibles para atraernos a sí mismo. No es su deseo destruirnos, somos el orgullo de su creación; demora el castigo, y en un último esfuerzo, permite el sufrimiento. Visualiza ese deseo divino cuando enfrentas aflicciones.
Jeremías estaba seguro de que, a pesar de las adversidades, Dios finalmente liberaría a los que confiaran en él; por eso instó a la gente a reflexionar y a ser pacientes para aprender las lecciones. «A través del cuadro de desolación corre un hilo de esperanza de que el Señor perdonaría y aliviaría los sufrimientos de su pueblo. En el capítulo final esta esperanza llega a convertirse en una oración: ‘Vuélvenos, oh, Jehová, a ti, y nos volveremos; renueva nuestros días como al principio’ (Lamentaciones 5:21)» (4CBA, p. 574).
Si te has alejado de Dios, regresa. Él te susurra: «Hija, no tengas miedo». Si eres fiel, habrás notado que tu fidelidad no te exceptúa del sufrimiento, pero Dios responde a tu necesidad tan fielmente como respondió al profeta cuando estaba a punto de morir en una oscura cárcel (ver Lamentaciones 3:55-58). ¿En qué tipo de cárcel estás tú? ¿En la soledad, la depresión, el miedo al fracaso o la incapacidad de volver a amar? ¿Te hundes en la cárcel del resentimiento, la tristeza acumulada o el miedo inconfesable?
Dios no desea que quedemos abrumados de tristeza, con el corazón angustiado y quebrantado. Quiere que alcemos los ojos y veamos su rostro amante. El bendito Salvador está cerca de muchos cuyos ojos están tan llenos de lágrimas que no pueden percibirlo. Anhela estrechar nuestra mano; desea que lo miremos con fe sencilla y que le permitamos que nos guíe. Su corazón conoce nuestras pesadumbres, aflicciones y pruebas. Nos ha amado con un amor sempiterno y nos ha rodeado de misericordia.
Podemos apoyar el corazón en él y meditar a todas horas en su bondad. Él elevará el alma más allá de la tristeza y perplejidad cotidianas, hasta un reino de paz (DMJ, p. 16).