«En Berea, los judíos eran de mejor talante que los de Tesalónica, y recibieron el mensaje con gran interés, estudiando asiduamente las Escrituras para comprobar si las cosas eran realmente así». Hechos 17:11, LPH
PARA ALGUNOS, la Palabra de Dios no es interesante. Esto se debe a que han leído durante tanto tiempo las historias seductoras disponibles en la literatura actual, que ya no encuentran agrado en la lectura de la Palabra de Dios o en los ejercicios religiosos. Esta clase de lectura descalifica la mente para recibir los sólidos principios bíblicos y para ejercer la piedad práctica. […]
Cuando se lee la Biblia con disposición humilde y deseos de aprender, se está en trato con Dios mismo. Los pensamientos expresados, los preceptos especificados, las doctrinas reveladas, son una voz del Dios del cielo. La Biblia se dejará estudiar, y si la mente no está hechizada por Satanás, se sentirá atraída y entusiasmada. […] La luz que emana de las Escrituras es la luz del trono eterno dirigida a esta tierra.
Todos los que hacen de la Palabra de Dios su guía en esta vida, actuarán guiados por principios. Los que vacilan, los que visten en forma vanidosa y extravagante, los que complacen el apetito y siguen las inclinaciones naturales, encontrarán su equilibrio en las enseñanzas de la Palabra de Dios. Se dedicarán al deber con una energía inquebrantable y crecerán en fortaleza progresivamente. Tendrán un carácter hermoso, fragante y desprovisto de egoísmo. Recorrerán el camino de la vida y serán aceptados en todas partes entre los que aman la verdad y la justicia. — Manuscrito 6, 1878.
El Salmista oró: «Abre mis ojos y miraré las maravillas de tu ley» (Salmo 119: 18). Y el Señor lo escuchó, porque David dijo: «¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! ¡Más que la miel a mi boca!» (Salmo 119: 103). «Deseables son más que el oro, más que mucho oro refinado; y dulces más que la miel, la que destila del panal» (Salmo 19: 10).
Y así como Dios escuchó a David y le contestó, también nos escuchará y nos contestará a nosotros, llenando nuestro corazón de gozo y felicidad. — Carta 25, 1903.