“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo, si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él, y él conmigo”. Apocalipsis 3:20
El mar estaba revuelto durante el viaje de Pablo a Roma. Era peligroso navegar. Pablo instó al capitán a pasar el invierno en un lugar llamado Buenos Puertos.
El resto de la tripulación estaba nerviosa y quería que el capitán prosiguiera. El Dr. Lucas escribió: “Y soplando una brisa del sur, pareciéndoles que ya tenían lo que deseaban, levaron anclas e iban costeando Creta” (Hech. 27: l3). soplaba una suave brisa llamada céfiro. El capitán y la tripulación se adormecieron. Se sintieron seguros. Creyeron que eran capaces de sortear cualquier tormenta.
Las suaves brisas pronto se transformaron en fieros vientos huracanados. Con furia los vientos arremetían contra las olas. Sólo la providencia de Dios salvó la embarcación.
Las suaves y cálidas brisas nos adormecen. Así es como Laodicea se halla en un estado de letargo espiritual, creyéndose espiritual. Laodicea cree que todo está bien en su experiencia espiritual.
Hace algún tiempo visité Laodicea, en la parte sur y central de Turquía. Laodicea era un próspero centro comercial en los tiempos de Juan. Su población sobrepasaba los 100.000 habitantes. Sus negocios bancarios eran la envidia de todo el mundo romano. Cuando un terremoto destruyó parte de la ciudad a mediados del siglo I, los orgullosos laodicenses rehusaron la ayuda de Roma. Ellos querían reconstruir la ciudad por sí mismos.
Laodicea era el centro de la moda, se especializaba en la producción de telas de lana. Laodicea también era un centro médico, en el que se producía un ungüento médico para los ojos y los oídos. Los orgullosos habitantes de Laodicea tenían todo lo que necesitaban. Estaban convencidos de que ninguna ciudad podía competir con la suya.
El mensaje de Juan el revelador a la iglesia de Laodicea es importante para la iglesia de Dios de la actualidad. Su mensaje trata del orgullo espiritual y de buscar la humildad de corazón. Dios dice: “Tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo» (Apoc. 3:17). La esencia de Laodicea es vivir para sí.
Dios anhela que cada uno de nosotros tenga una nueva y vital experiencia con él. Anhela tener una amistad espiritual con nosotros. Él nos dice: “Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (vers. 20). La puerta es nuestro ego, nuestro orgullo, nuestro egoísmo. La puerta es hacer las cosas como nosotros queremos, con nuestras propias fuerzas. Nuestro Señor anhela nuestros corazones, guiar nuestros pensamientos y moldear nuestras mentes.