“Yo soy la vid vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, yo en él, este lleva mucho fruto, porque separados de mi nada podéis hacer». Juan 15:5
Los amigos de Sandy estiraron sus cuellos hacia el cielo azul y alcanzaron a ver su pequeño cuerpo lanzándose del avión. Esta era la primera vez que Sandy iba a Saltar sin una línea, y esta vez ella iba a tirar de la cuerda para abrir el paracaídas por sí misma.
Sus amigos abajo hicieron el conteo con ella: uno un mil, dos un mil, tres un mil. Pero el paracaídas no se abría. Nada sucedía. Esperaron, y vieron que Sandy caía más y más bajo. ¿Por qué no tiraba de la cuerda? Si algo estaba funcionando mal, ¿Qué pasaba con su paracaídas de emergencia?
Trágicamente, la joven cayó al suelo y murió instantáneamente. Cuando el equipo de tierra corrió al lugar, notaron que su paracaídas estaba aún perfectamente doblado en su mochila. ¿Qué había pasado?
Luego vieron que la tela de su mameluco estaba rasgada a la derecha de su pecho. Al parecer, ella había estado rasgando desesperadamente. De hecho, había penetrado a través de su ropa y había llegado a lastimar su piel con sus uñas. La terrible verdad se hizo clara. ¡Su cuerda estaba del lado izquierdo! En un momento de pánico ella se había olvidado de eso y había estado tironeando, halando y rasgando del lado derecho, pero allí no estaba. ¿Es posible que estemos desesperadamente tironeando de una cuerdaque no existe? Toda vez que confiamos en nuestra propia fuerza para sobrellevar la tentación estamos tirando de una cuerda que no existe. Toda vez que confiamos en nuestro propio poder para sobreponernos al enemigo estamos cortejando el desastre. No era que Sandy no hubiera hecho un gran esfuerzo. Ella estaba desesperada. Intentó salvarse con todas sus fuerzas. Su problema fue que su esfuerzo estaba mal encaminado.
Las Escrituras hacen dos declaraciones que se equilibran mutuamente. La primera dice: “No puedo hacer nada”. La segunda dice: ‘Todo lo puede’. Jesús dijo: “Separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15;5). Sin el nuestra s mejores esfuerzos son en vano. Sin él no tenemos poder. Sin él nuestros mejores esfuerzos están destinados al fracaso. “De nada vale el esfuerzo humano sin el poder divino” (Profetas y reyes, p. 357). Cuando luchamos contra el mal con nuestras propias fuerzas, todos nuestros mejores esfuerzos están condenados al fracaso. El apóstol Pablo tira de la cuerda apropiada cuando declara triunfalmente: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. (Fil. 4:13)
A través de Jesús el débil se hace fuerte. En su fortaleza y poder somos vendedores. Nuestro Señor nunca perdió una batalla con el enemigo, y no lo va ser ahora. Tómese de su poder. Leche con Su fuerza. Ríndase a su gracia. Y tire de la cuerda de la fe.