«Y sucedía que una vez pasados los días de turno Job los hacía venir y los santificaba. Se levantaba de mañana y ofrecía holocaustos conforme al número de todos ellos. Porque decía Job: «Quizá habrán pecado mis hijos y habrán blasfemado contra Dios en sus corazones.» Esto mismo hacía cada vez.» Job 1:5
Job era un hombre que hacía lo correcto exterior e interiormente. Hay personas que se convierten en especialistas en parecer buenos o fieles pero que, en su interior poseen tendencias que no son las adecuadas para su «ropa» exterior. Job no era así. Era un devoto a Dios que odiaba el pecado. Además, era padre de una extensa familia, siete hijos y tres hijas. Y tan rico, qué se le podía considerar como el hombre con mayor influencia de todo el Este. Podemos decir que Job era un buen testimonio de los creyentes en Dios. Estoy seguro de que, en muchas ocasiones, se habrá comentado que era muy bendecido porque hacía lo correcto, porque su Dios era mejor y más generoso que otros dioses.
Job, sin embargo, tenía un problema instalado en casa. La vivencia religiosa no se hereda, tampoco puede obligarse. Un padre puede ser una persona muy devota y no acontecer de igual manera con el resto de los miembros de su familia. Y eso pasaba con los hijos de Job. Preferían vivir el momento, sus fiestas a corto plazo, que pensar en la eternidad. Job era conocedor de esa irregularidad y, como padre consecuente, sacrificaba por los pecados de sus hijos. Quizás pensaste que, así, ellos se acercarían a Dios y cambiarían sus vidas.
Me gustaría que imaginaras a esos hijos junto a su padre en el momento de los sacrificios: grandes ojeras producto de noches sin dormir sin dormir, mirada cansada por las fiestas, posición sumisa y anhelante de que todo concluya, suspiros de aburrimiento. No estaban interesados en la religión. Job era un hombre espiritual, sus hijos no.
Quizás seas padre y Job deba ser tu modelo. Nunca hay que cesar en el anhelo de que nuestros seres más queridos se encuentren con Jesús y vivan su propia relación con él. Quizás seas hijo y, si es así, los hijos de Job no deben ser tu modelo. La religión familiar no se hereda, se aprende. No estamos hablando de ritos, de costumbres o de formas. Hablamos de encuentro personal -sí, personal- con Dios.
No hay suficientes sacrificios de un padre que supere en un minuto de relación verdadera con el Señor. Compartir la religión de la familia está bien. Vivir la religión de la familia es espectacular.