HORA que Jacob había hecho las paces con Dios, también quería arreglar las cosas con su con su hermano. Había confesado al Señor sus pecados y, por lo tanto, estaba listo para hacer lo mismo con su hermano. Ya no había en su corazón orgullo ni deseo de engañar. Ahora era un «príncipe de Dios» y quería hacer lo correcto.
El día anterior, le había enviado un regalo a Esaú como muestra de su amor. Había enviado «doscientas cabras, veinte chivos, doscientas ovejas, veinte carneros, treinta camellas con sus crías, cuarenta vacas, diez novillos, veinte asnas y diez asnos». Hoy sería un regalo muy costoso, y ya entonces lo era.
Jacob envió los rebaños en grupos separados y ordenó a sus siervos que, cuando los entregaran a Esaú, le dijeran: -Es un regalo para usted, mi señor Esaú, que de sus ganados le manda su siervo Jacob. Además, él mismo viene detrás de nosotros».
Jacob se proponía impresionar a Esaú y ganar su buena voluntad. «Lo apaciguaré con los regalos que le llegarán primero, y luego me presentaré ante él; tal vez así me reciba bien».
Pero en caso de que este valioso regalo no ablandara el corazón de Esaú, Jacob dispuso que las mujeres y los niños marcharan después de los rebaños al frente de la caravana. Primero irían las siervas con sus hijos, después Lea con sus niños y Dina, su hija, y por último la tan querida Raquel con el precioso José.
La caravana avanzó lentamente en este orden. De repente, alguien alzó la voz: «¡Esaú está viniendo!» Las noticias corrieron de boca en boca, atemorizando a todos; excepto a Jacob, que ya no tenía miedo.
Confiado en la fuerza que Dios le había dado, avanzó hacia el frente de la columna pasando junto a sus esposas e hijos, inclinándose hasta el suelo siete veces mientras se iba acercando a su hermano». Esto era la mejor demostración de lo triste que se sentía por lo que había hecho y de que deseaba hacer las paces con él.
Esaú quedó enternecido al ver a su hermano arrodillarse ante él. «Esaú corrió a su encuentro y, echándole los brazos al cuello, lo abrazó y lo besó. Entonces los dos se pusieron a llorar».
¡Qué hermoso encuentro! ¡Los dos hermanos unidos en un largo abrazo! ¡Qué felices deben haber sentido las mujeres y los niños, y también los hombres de Esaú! No sería extraño que muchos de ellos hubieran dejado escapar una lágrima al ver cómo hacían las paces los mellizos que por tanto tiempo habían estado separados.
Esaú quiso conocer entonces a las mujeres y a los niños que venían con Jacob, y este los fue presentando uno por uno.
Luego preguntó:
—»¿Qué significan todas estas manadas que han salido a mi encuentro?»
—»Intentaba con ellas ganarme tu confianza» —le contestó Jacob, sonriendo entre las lágrimas.
—»Hermano mío —repuso Esaú—, ya tengo más que suficiente. Quédate con lo que te pertenece».
Pero Jacob insistió en que aceptara su regalo, y por fin su hermano accedió.
Esaú tuvo entonces una actitud muy bondadosa: le ofreció a Jacob ir con sus cuatrocientos hombres delante de la caravana durante el resto del viaje, para defenderlos en caso de peligro.
Jacob le agradeció y le dijo que no se molestara en hacerlo.
Además, era posible que los hombres quisieran marchar muy rápido.
—»Mi hermano y señor debe saber que los niños son todavía muy débiles, y que las ovejas y las vacas acaban de tener cría, y debo cuidarlas. Si les exijo demasiado, en un solo día se me puede morir todo el rebaño. Es mejor que mi señor se adelante a su siervo, que yo seguiré al paso de la manada y de los niños».
Esaú vio que Jacob tenía razón, pero sentía tantos deseos de hacerle algún bien a su hermano que le ofreció algunos de sus hombres para que lo ayudaran en las tareas.
Pero Jacob volvió a agradecerle, diciéndole que no los necesitaba, porque con los ayudantes que tenía era suficiente.
Así, en medio de sonrisas, abrazos y besos, los mellizos se separaron nuevamente, pero esta vez en paz, con todas las cuentas arregladas.
Podemos imaginarnos la despedida. Esaú y sus hombres se marchan haciendo adiós con la mano. Y de la misma manera responden Jacob, Lea, Raquel y los niños. ¡Cómo agitan estos sus manitas!
Esta fue una despedida feliz, tan diferente de la otra, veinte años antes.