Las Bellas Historias de la Biblia Para el: 04 julio
DESPUÉS de caminar muchos días bajo el sol ardiente y de dormir muchas y tristes noches sobre la dura tierra, Jacob comenzó a acercarse al término de su largo viaje. Por fin estaba en la tierra donde su madre había nacido y de la que tanto le había hablado cuando él era niño. Ahora la contemplaba por primera vez con sus propios ojos.
Una mañana, mientras marchaba hacia el oriente, «vio, en medio del campo, un pozo donde descansaban tres rebaños de ovejas… Sobre la boca del pozo había una piedra muy grande».
Contento de ver un ser humano con quien conversar después de haber andado solo tanto tiempo, Jacob se acercó a los pastores y habló con ellos.
«¿De dónde son ustedes? –les preguntó..
–»Somos de Jarán –respondieron.
–»¿Conocen a Labán, el hijo de Najor? –volvió a preguntar Jacob.
–»Claro que sí —respondieron.
Jacob siguió preguntando:
—»¿Se encuentra bien de salud?
—»Sí, está bien —le contestaron—. A propósito, ahí viene su hija Raquel con las ovejas».
¡Con qué ansiedad contempló Jacob a la hermosa joven que se acercaba al pozo guiando las ovejas! Olvidándose de que apenas era mediodía y que debían esperar hasta el atardecer para destapar el pozo con la ayuda de varios pastores, Jacob solo hizo a un lado la gran piedra y comenzó a sacar agua para abrevar el rebaño de Raquel.
¡Nunca antes le había parecido tan agradable una tarea tan humilde! ¡Y cuánto se asemejaba a su madre esa joven que lo miraba sonriendo!
Una vez que terminó de dar de beber a las ovejas, Jacob corrió hacia donde estaba Raquel, se dio a conocer, la besó y comenzó a llorar de emoción. En seguida ella fue a contarle a su padre quién había llegado sorpresivamente de visita. Cuando Labán lo supo, se apresuró a ir al encuentro de su sobrino, «y, entre abrazos y besos, lo llevó a su casa».
El cansado viajero pasó un mes muy feliz en casa de Labán y, cuando su tío lo invitó a que se quedara más tiempo y que trabajara para él, Jacob aceptó. Labán le preguntó entonces cuánto quería ganar.
—»Me ofrezco a trabajar para ti siete arios, a cambio de Raquel, tu hija menor».
Labán aceptó el trato, «así que Jacob trabajó siete años para poder casarse con Raquel, pero como estaba muy enamorado de ella le pareció poco tiempo».
Jacob trabajó arduamente para su tío. Más tarde dijo: «De día me consumía el calor, y de noche me moría de frío, y ni dormir podía». Sin embargo, ninguna de esas penalidades le importaba. Estaba dispuesto a soportar cualquier penuria con tal de poder tener a Raquel como esposa.
Los siete años estaban ya por terminar. Todo parecía ir bien.
Se había fijado la fecha de la boda y Labán había hecho los preparativos para la fiesta.
Entonces, Jacob sufrió el mayor chasco que un hombre puede tener. Por medio de un astuto engaño, Labán le dio por esposa a Lea, su hija mayor, en lugar de Raquel. Este acto era tan malo y vil como la oportunidad en que en que Jacob había engañado a su padre al fingir que era Esaú.
¡Puedes imaginarte cuánto se enojó Jacob cuando descubrió el engaño!
—»¿Qué me has hecho? ¿Acaso no trabajé contigo para casarme con Raquel? ¿Por qué me has engañado?»
¡Pobre Jacob! Estaba aprendiendo una dolorosa lección: la de cómo se siente uno cuando lo engañan. Esa larga, larga lección le iba a enseñar que nunca vale la pena mentir o engañar.
Ahora vemos más claramente el carácter de Labán. Era un regateador de primera categoría. Le dijo a Jacob que le daría a Raquel por esposa si estaba dispuesto a trabajar otros siete años.
¡Siete años más! Aunque no era algo justo, Jacob aceptó el trato. ¿Qué otra cosa podía hacer?
Cuando estos otros siete años pasaron, Jacob decidió volverse con su familia a Canaán. Había tenido suficiente.
—»Déjame regresar a mi hogar y a mi propia tierra. Dame las mujeres por las que te he servido, y mis hijos, y déjame ir».
Pero Labán sabía que eso no le convenía de ninguna manera, de modo que le rogó que se quedara, y agregó:
—»Gracias a ti, el Señor me ha bendecido».
Una vez más, Jacob aceptó quedarse a trabajar, aunque en esta ocasión con un salario fijo. Sin embargo, los seis años siguientes no fueron felices. Es cierto que ahora comenzaba a tener rebaños propios de ovejas y vacas que se multiplicaban más rápidamente que los de Labán. Pero su tío se pasó todo el tiempo cambiándole el salario. Además, los hijos de Labán comenzaron a tenerle cada vez más envidia, porque pensaban que él se estaba enriqueciendo a expensas de ellos.
Así que Jacob habló con Raquel y Lea. Los tres estuvieron de acuerdo en que lo mejor que podían hacer era empacar sus cosas y marcharse, aun sin avisarle a Labán.
Entonces, una noche el Señor se le apareció a Jacob y le dijo: Yo soy el Dios de Betel, donde ungiste una estela y me hiciste una promesa. Vete ahora de esta tierra, y vuelve a la tierra de tu origen».
Estas palabras conmovieron el corazón de Jacob, porque era en Betel donde, veinte años atrás, había visto la hermosa escalera que unía el cielo con la tierra. ¡Cuán contento se sentía al pensar que Dios aún se acordaba de la promesa que él le había hecho esa noche! Ahora jacob estaba seguro de que debía salir de ese :ugar y volverse a su tierra.
«Entonces Jacob se preparó y montó a sus hijos y a sus esposas en los camellos, puso en marcha todo su ganado, junto con todos los bienes que había acumulado en Padán Aram, y se dirigió hacia la tierra de Canaán, donde vivía su padre Isaac».
Pero «engañó a Labán el arameo y huyó sin decirle nada». Viajando tan rápido como les era posible, llegaron hasta el río Éufrates, lo cruzaron y se encaminaron hacia el monte de Galaad, en la frontera norte de Canaán.
Al comienzo, Jacob le sacó una buena ventaja a su tío, pues pasaron tres días antes de que este se enterara de lo que había pasado. Y esta vez fue Labán el que se sintió burlado. Reunió inmediatamente un grupo de hombres y se puso en persecución de Jacob y su familia, con la determinación de traerlos de vuelta.
Sin embargo, mientras iba en camino, Dios se le apareció en sueños y le dijo: «¡Cuidado con amenazar a Jacob!» El Señor sabía que esto era precisamente lo que Labán pensaba hacer: comenzar con frases agradables y terminar con palabras airadas, como hace mucha gente. No quería que Labán tratara de sobornar o maltratar a Jacob para hacer que regresara.
Entretanto, Jacob avanzaba todo lo que podía, pero con una familia tan grande y con tantos rebaños le era imposible mantener la distancia. Labán se le iba acercando cada vez más, y después de siete días de persecución ininterrumpida lo alcanzó en el monte de Galaad.
—»¿Qué has hecho? ¡Me has engañado, y te has llevado a mis hijas como si fueran prisioneras de guerra! ¿Por qué has huido en secreto, con engaños y sin decirme nada? Yo te habría despedido con alegría, y con música de tambores y de arpa. Ni siquiera me dejaste besar a mis hijas y a mis nietos».
Jacob sabía bien que Labán nunca había pensado dejarlo ir, y que lo de la fiesta de despedida no era más que palabras. Por eso le contestó con la misma astucia, recordándole los largos años de servicio fiel:
—»De los veinte años que estuve en tu casa, catorce te serví por tus dos hijas, y seis por tu ganado, y muchas veces me cambiaste el salario. Si no hubiera estado conmigo el Dios de mi padre, el Dios de Abraham, el Dios a quien Isaac temía, seguramente me habrías despedido con las manos vacías. Pero Dios vio mi aflicción y el trabajo de mis manos, y anoche me hizo justicia».
Labán comenzó a calmarse. Viendo que Jacob estaba decidido a volverse a Canaán y que no podía hacer nada para impedirlo, le sugirió que hicieran las paces. Jacob estuvo de acuerdo.
Siguiendo la costumbre de la época, entre todos apilaron rocas hasta formar una especie de monumento. Labán lo llamó Yegar Saduta. También fue llamado Mizpa, que significa «torre de atalaya» o «montículo del testimonio», porque dijo:
—»Que el Señor nos vigile cuando ya estemos lejos el uno del otro».
Así terminó felizmente algo que hubiera podido convertirse en una grave pelea. «A la madrugada del día siguiente Labán se levantó, besó y bendijo a sus nietos y a sus hijas, y regresó a su casa».
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Tomado de: Las Bellas Historias de la Biblia
Por: «Arthur S. Maxwell»
Colaboradores: Norma Jeronimo & Miguel Miguel
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