«La prudencia consiste en refrenar el enojo, y la honra, en pasar por alto la ofensa». Proverbios 19: 11, DHH
HAY DEBERES QUE ATAÑEN al cuerpo y deberes que atañen al espíritu, y cada ser humano debe colaborar con Dios en sus esfuerzos por satisfacer a ambos. […] No nos sometamos a recibir un molde vulgar. Los jóvenes necesitan un sano sentido común, porque están viviendo para dos mundos. […]
Apliquemos la verdad a nuestro caso individual. Tenemos un alma que salvar o un alma que perder. Tenemos una voluntad personal que debemos someter a la voluntad de Dios. Decidamos no airarnos, no ser autosuficientes, no obrar apresuradamente ni ser dominantes. Si ese es nuestro punto débil, cuidemos ese punto como cuidaríamos un miembro fracturado. Cuidemos nuestro espíritu y no permitamos que nos domine un espíritu precipitado. Examinemos cuidadosamente los puntos débiles de nuestro carácter, conscientes de que podemos vencer los males existentes rehusando firmemente ceder a nuestras debilidades. El mal de una complacencia apresurada y perversa del temperamento enloquece a cualquier joven. Hay que mantener la cordura. La respuesta amable aparta la ira. El mal puede crecer y crecerá […] mediante la repetición.
No debemos subestimar la importancia de los asuntos pequeños solo por ser pequeños. Estos pequeños defectos se acumulan por acción y reacción, y se unen como varillas de acero. Esa pequeña acción, esa palabra descuidada, se convierten en hábitos por la repetición, […] y los hábitos forman el carácter. […]
Cultivemos sentimientos bondadosos, tiernos y comprensivos, sin considerarlos debilidad, porque son los atributos del carácter de Cristo. Cuidemos nuestra influencia. Que nuestro carácter sea tan puro y fragante que no nos avergüence jamás hacer que se reproduzca en otros.
Así como las gotas de agua hacen que el río sea el río, pequeñas cosas conforman la vida. La vida puede ser un río, tranquilo, sereno y agradable; o un río agitado, que siempre está arrastrando fango y suciedad. Podemos decidir colocar nuestra vida bajo la disciplina del Espíritu Santo.
Mediante la santificación del Espíritu creceremos cada vez más a la semejanza de Cristo. — Carta 46, Isz 1898.