2 Reyes 5:1, 2; Profetas y Reyes, Cap. 20, Pp. 166-167
¿Ayudas a hacer algunas tareas en casa? ¿Ayudas en la casa de la abuelita? ¿En el parque? ¿En la guardería? La pequeña sierva también ayudaba.
La niña paseó su mirada por la cocina. Era más grande que la de su casa. Ella había ayudado muchas veces a su mamá a hacer pan delicioso y asados.
Luego la niña miró el comedor. Vió la inmensa mesa, más grande que la que su familia tenía en casa. Vio una escoba en la esquina y bonitos platos sobre la mesa. A ella se le daba bien barrer. También se le daba bien poner la mesa. Su madre le había enseñado la forma correcta de colocar los platos, los tazones y las tazas.
La niña estaba en el hogar del general del ejército de Siria. Un hombre muy importante y un soldado valiente, recientemente había dirigido al ejército en un ataque contra Israel, y había ganado.
Repentinamente entró al lugar una dama con un reluciente vestido amarillo y le sonrió a la pequeña.
—Oh, tú debes de ser la niña de quien me habló mi esposo Naamán. Yo soy la esposa de Naamán. Tú vas a ser mi ayudante.
Ven, pequeña sierva, te voy a mostrar qué hacer.
La dama llevó a la pequeña sierva por un largo corredor. La pequeña sierva la siguió. La esposa de Naamán señaló las camas que había que tender, enseguida debía barrer los pisos y limpiar el polvo de los muebles. Luego había ropa para lavar y colgar a secar.
La pequeña sierva pronto sintió que podía hacer muchas tareas. A menudo trabajaba muy duro, muchas horas al día. Pero no se quejaba ni se lamentaba. Sus padres le habían enseñado también a ser una ayudante alegre y a hacer el trabajo lo mejor que podía.
La esposa de Naamán y el capitán se dieron cuenta de cuán bien hacía su trabajo la pequeña sierva. Todas las cosas que hacía estaban bien hechas. Nunca se daba por vencida si algo era difícil. Nunca rezongaba ni se quejaba. ¡Ella sonreía mientras trabajaba! Era amigable y feliz. Había algo diferente en esta niña de Israel. Ella no era como las demás siervas.
¿En qué era diferente? Ella conocía a Dios. La pequeña sierva quería servir a Dios en todo lo que hacía. Servía a Dios en dondequiera que estaba, ya fuera en la casa en Israel con su familia, o en Siria en la casa del capitán Naamán y de su esposa. La pequeña sierva podría haber estado enojada con el capitán Naamán por haberla sacado de su hogar. Pero ella confiaba en Dios y quería servirlo dondequiera que estuviera.
Tú también puedes servir a Dios dondequiera que estés. Puedes ayudar en la casa. Llevar tus platos sucios al lavaplatos después de comer. Ofrecerte para limpiar el polvo de los muebles. Jugar amablemente con tus hermanos y hermanas. Compartir tus juguetes con los amigos. Sonreír y ser amable con los niños que ves en el patio de juegos. De todas estas formas y en todos los lugares puedes servir a Dios. Tú puedes servir a Dios dondequiera que estés.