En el monte Sinaí, Dios le entregó a Moisés cinco tipos de ofrendas sacrificiales: la ofrenda quemada/encendida, la ofrenda de grano/cereal, la ofrenda por el pecado, la ofrenda por la culpa y la ofrenda de paz/comunión. Hablaremos sobre todas ellas, pero empecemos por la ofrenda quemada, que era la más antigua y prominente de las ofrendas. Algunos se preguntan por qué tenía que haber tantos tipos diferentes de sacrificios, y la respuesta la encontramos al preguntarnos por qué hay cuatro Evangelios en el Nuevo Testamento. Cada Evangelio, como cada sacrificio, revela un aspecto diferente de Jesús y de lo que él valora; cada uno nos impulsa a entregarle plenamente nuestra vida de una manera diferente.
Grandes héroes de la Biblia como Adán, Abel, Noé, Job y Abraham ofrecieron holocaustos al Señor. Al hacerlo, apuntaban con fe a la muerte sustitutiva de Jesús y a su deseo de un compromiso incondicional por parte de su pueblo. El holocausto representaba un compromiso de todo corazón con Dios, motivado por el compromiso de todo corazón de él con nosotros. La palabra hebrea para el holocausto era olá, que significa «lo que sube o asciende». A diferencia de los otros sacrificios, las ofrendas quemadas se consumían completamente en el altar del holocausto. Lo único que quedaba era la piel del animal, pero esta se entregaba al sacerdote oficiante, no al oferente, lo que demostraba una vez más el compromiso total y de todo corazón con Dios (Lev. 7: 8).
Al ofrecer este sacrificio en particular, los oferentes básicamente se estaban entregando a sí mismos sobre el altar y dedicándose a Dios por completo, sin reservas. Sin duda, Pablo se refería al holocausto cuando dijo: «Por tanto, hermanos míos, les ruego por la misericordia de Dios que se presenten ustedes mismos como ofrenda viva, santa y agradable a Dios. Este es el verdadero culto que deben ofrecer» (Rom. 12: 1). Dios tenía en gran estima la ofrenda quemada, al punto de describirla tres veces en Levítico 1 como «aroma agradable al Señor» (vv. 9, 13, 17). Hay al menos tres razones para esta gozosa aceptación de la ofrenda.
La primera y más importante es que Dios se complacía con esta ofrenda porque era un acto de fe en su Hijo, que vendría a morir por los pecados del oferente. El libro de Hebreos nos dice que Dios no obtenía ningún placer sádico de los sacrificios de animales de Levítico (Heb. 10: 5-8). La única razón por la que se complacía con el holocausto era que este ponía de manifiesto que su pueblo creía en su Hijo (Heb. 11: 6).
Segundo, el holocausto era especial porque era una ofrenda voluntaria. No era obligatoria, sino que provenía enteramente del corazón del oferente (Lev. 1: 2). En respuesta a Jesús, quien voluntariamente entregó su vida, Dios nos llama a entregar voluntariamente nuestras vidas también. Curiosamente, las tres primeras ofrendas de Levítico son ofrendas voluntarias. Dios se deleita en los que dan de corazón (2 Cor. 9: 7).
Tercero, este sacrificio era altamente valorado porque mostraba la clase de respuesta que él espera de su pueblo cuando entienden todo lo que él ha hecho por ellos. Dios quiere que su pueblo sea ciento por ciento devoto a él, en respuesta al ciento por ciento de devoción que él tiene por ellos. Dios quiere que lo amemos «porque él nos amó primero» (1 Juan 4: 19).
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¿De qué manera el holocausto señalaba la asombrosa devoción de Dios por la humanidad?
¿Qué aspectos de tu vida necesitas entregar de todo corazón a Dios y permitirle que los elimine o los mejore para su gloria?
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