«Entonces Jesús los guio por los escritos de Moisés y de todos los profetas, explicándoles lo que las Escrituras decían acerca de él mismo». Lucas 24: 27, NTV
HAY UNA GRAN VERDAD central que se debe mantener siempre en la mente cuando se escudriñan las Escrituras: Cristo crucificado. Toda otra verdad está investida con la influencia y el poder correspondientes a su relación con este tema. Solo a la luz de la cruz podemos discernir el excelso carácter de la ley de Dios. La persona paralizada por el pecado puede recibir nueva vida únicamente mediante la obra realizada en la cruz por el Autor de nuestra salvación. El amor de Cristo impulsa a los seres humanos a unírsele en sus labores y sacrificios. La revelación del amor divino despierta en ellos la urgencia de su obligación descuidada de ser portadores de luz para el mundo, y los inspira con un espíritu misionero. Esta verdad ilumina la mente y santifica el alma. Hará desaparecer la incredulidad e inspirará fe. Es la gran verdad que debe mantenerse constantemente ante la consideración de los seres humanos.
Cuando Cristo, en su obra de redención, es visto como la gran verdad central del sistema de la verdad, se arroja una nueva luz sobre los acontecimientos del pasado y el futuro. Se los ve en una nueva perspectiva y adquieren un nuevo y profundo significado.— Manuscrito 31, 1890.
El Antiguo Testamento es tan ciertamente el evangelio en sombras y figuras, como el Nuevo Testamento lo es en su poder desarrollado. El Nuevo Testamento no presenta una religión nueva; el Antiguo Testamento no presenta una religión que haya de ser superada por el Nuevo. El Nuevo Testamento es tan solo el progreso y desarrollo del Antiguo. Abel creía en Cristo, y fue tan ciertamente salvado por su poder, como lo fueron Pedro y Pablo. Enoc fue representante de Cristo tan seguramente como el amado discípulo Juan. […] El Dios que anduvo con Enoc era nuestro Dios y Salvador Jesucristo. Era la luz del mundo como lo es ahora.— Testimonios para la iglesia, t. 6, p. 392.
La verdad para este tiempo es amplia y abarcante, y comprende muchas doctrinas; pero estas doctrinas no constituyen renglones separados y de poco significado, sino que están unidas por hilos de oro que conforman una totalidad que tiene a Cristo como su centro viviente.— Mensajes selectos, t. 2, p.99.