«Al contrario, santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros.» 1 Pedro 3:15
Habíamos quedado a última hora de la tarde. Para mí era un privilegio ir con él a ese encuentro. Yo era un estudiante de Teología y él un profesor que destacaba por sus habilidades apologéticas. Habíamos estudiado en clase las diferentes técnicas y recursos para rebatir los argumentos de otras denominaciones y esa podía ser una experiencia muy instructiva. Entramos en la casa y comenzó el debate. Un versículo era contestado con otro versículo, un razonamiento con otro, un ataque con una defensa. Era indudable que mi profesor estaba muy entrenado en la técnica porque esgrimía sus razones de forma filosa y, en ocasiones, aplastante. Y no pude evitarlo, me imaginé en una película de artes marciales. A golpes verbales, muy amables pero golpes, concluyó el encuentro y salimos de aquella casa. Nunca más volví a ver a aquella persona y, a veces, pienso que no hicimos bien. Tener la Verdad (y la Verdad es Cristo) no nos autoriza a avasallar.
Un día me encontré con este texto de Pedro y comprendí qué había fallado. El mensajero no solo tiene un mensaje, es mensaje. Nosotros podríamos tener palabras del Señor pero no sé si teníamos al Señor de la Palabra. Observa cómo un buen testimonio comienza por uno mismo. Primero, la defensa debe ser con mansedumbre. Y ser manso es tener una actitud amable y benigna. La palabra a tiempo y con cariño hace mucho bien. La actitud de hacer el bien, de ayudar al otro, es el principio de diálogos interminables y recordados con afecto. Hablar de Jesús con el espíritu de Jesús lo cambia todo porque en él reside el cambio y la única victoria. Segundo, con respeto. Ser respetuoso, en muchas ocasiones, dice mucho más de nosotros que de Jos demás. Respetar implica reconocer lo mejor del otro porque en todos hay cosas buenas. Cuando yo presento lo que creo respetando a los demás estoy reconociendo el principio de libertad personal y eso se asemeja mucho al carácter de Dios.
Siempre me ha resultado muy divertido el proceso de las películas de artes marciales. Un personaje pasa muchos años meditando para convertirse en un arma mortífera. ¡Qué contradicción! Ese no debiera ser el resultado de la reflexión. ¿No nos pasa algo similar? ¿Compartimos la fe en sintonía con lo que creemos? La batalla más dura comienza sin lugar a dudas contigo mismo. Pide a Dios ser más manso y respetuoso.