«Si alguien se declara a mi favor delante de los hombres, yo también me declararé a favor de él delante de mi Padre que está en el cielo». Mateo 10:32, DHH
PARA QUE LA VERDAD ejerza una influencia genuina en el corazón humano, se la debe reconocer delante del universo celestial, delante de los mundos que no han caído y delante de la humanidad. Que nadie crea que puede obtener subrepticiamente su propia salvación, o recibir la bendición espiritual más pequeña que ofrece el evangelio. El Señor pide una confesión valiente y abierta. «Ustedes son mis testigos, afirma el Señor» Osa. 43: 10, NVI). Nada se puede ganar efectivamente en el progreso del conocimiento de Dios y nuestro Salvador Jesucristo hasta que el creyente, que anhela la excelencia cristiana del carácter, se convierta en lo que Dios se ha propuesto: un espectáculo para el mundo, los ángeles y los seres humanos, en una ciudad puesta en una colina que no se puede ocultar. […]
Cuando se colocan los pies sobre la sólida Roca, Jesucristo, como el fundamento, se recibe una dotación de poder de la Fuente de todo conocimiento, toda sabiduría y eficacia espiritual, para que todos sepan a qué grupo se pertenece: al de los que guardan los mandamientos o al de los que los transgreden. La bandera del Príncipe Emanuel, que ondea sobre su cabeza, no dejará de aclarar cualquier duda y de hacer comprender a todos que guardamos los mandamientos de Dios y tenemos el testimonio de Jesucristo. El amor de Jesús posee un poder imposible de resistir. — Carta 128, 1895.
Cuando le preguntaron a Cristo: «¿Eres tú el Hijo de Dios?», él sabía que contestar afirmativamente significaría su muerte segura. Negarlo dejaría una mancha sobre su humanidad. Había momentos en que debía callar, y momentos en los que debía hablar. No estuvo dispuesto a hablar hasta que se lo interrogó abiertamente. En sus lecciones a sus discípulos, había dicho en algún momento: «A cualquiera que me reconozca delante de los demás, yo también lo reconoceré delante de mi Padre que está en el cielo» (Mat. 10: 32, NVI). Cuando se lo desafiaba, Jesús no negaba su relación con Dios. En ese momento solemne, su carácter estaba en juego y debía ser reivindicado. En esa ocasión, dejó un ejemplo para que los seres humanos hicieran los mismo en circunstancias similares.
Quería enseñarles que no debían apostatar de su fe para escapar de los sufrimientos o aun la muerte. — Special Testimonies, t. 3, p. 127