«¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?» Mateo 7:3
Recuerdo que la primera película que vi sobre Jesús fue El Evangelio según San Mateo, de Pier Paolo Pasolini. Aún me resulta triste pensar en la estampa de aquel Jesús de blanco y negro sobre vidas grises. Agradezco una sonrisa del Jesús del clásico Ben-Hur porque puso el Eastmancolor en mi vida. Me encontré, sin embargo, con su imagen más completa al final de mi adolescencia, leyendo a Elena G. White. Solo un detalle como muestra: «Traté de resguardarme de su mirada, pues me sentía incapaz de resistirla, pero él se me acercó sonriente y, posando su mano sobre mi cabeza, dijo: “No temas.” El dulce sonido de su voz hizo vibrar mi corazón con una dicha que no había experimentado hasta entonces. Estaba yo muy por demás gozosa para pronunciar una palabra, y así fue que, profundamente conmovida, caí postrada a sus pies. Mientras que allí yacía impedida, pasaron ante mi vista escenas de gloria y belleza, y me pareció haber alcanzado la salvación y la paz del cielo. Por último, recobradas las fuerzas, me levanté. Todavía me miraban los amorosos ojos de Jesús, cuya sonrisa inundaba de alegría mi alma. Su presencia despertaba en mí santa veneración e inefable amor» (Primeros escritos, p. 80).
El Jesús de los Evangelios es una persona que ama, que cura, que salva y que… tiene buen humor. Por ejemplo, en su época era fácil caracterizar lo grotesco con camellos y Jesús los emplea para hacer exageraciones de tal tipo que sus mensajes más duros se tomen bien. En Mateo 19: 24 dice: «Otra vez os digo que es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios.» Podemos interpretar este texto de muchas maneras pero no me digáis que la imagen no es divertida. O, en Mateo 23:24-25: «¡Guías ciegos, que coláis el mosquito y tragáis el camello! ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de robo y de injusticia.» ¡Menuda píldora! ¡Vaya higiene! Dos grandes verdades envueltas en buen humor. Y es que Jesús quería a la gente pero, a veces, había que decir lo que había que decir. Entonces, recurría a las parábolas o al humor. Métodos amables para momentos complicados.
Una buena lección para nuestras vidas. Sea cual sea nuestra situación, no está de más, en los momentos difíciles, seguir el talante de Jesús.