«Alabado sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, pues él es el Padre que nos tiene compasión y el Dios que siempre nos consuela. Él nos consuela en todos nuestros sufrimientos, para que nosotros podamos consolar también a los que sufren, dándoles el mismo consuelo que él nos ha dado a nosotros» (2 Corintios 1:3, 4).
“¡G000000000llll!»
Gabriel no podía creerlo. ¿Cómo pudo perder esa pelota?
Ser arquero no era fácil. A veces, toda la responsabilidad del juego recaía sobre él. Era el último tiro penal y no pudo pararlo.
El chico estaba desconsolado. Cerca, los jugadores del equipo contrario celebraban su victoria. De repente, Douglas se acercó. Era el mejor guardameta del equipo del colegio. Estaba fuera por un problema en la rodilla.
-Hiciste lo mejor que pudiste. ¿Recuerdas el año pasado en el partido entre colegios? Estuve en el arco y en la final se me escapó la pelota de la mano. ¡Qué papelón! Estaba triste, avergonzado de haber decepcionado a todos. Pero esa noche leí el Salmo 34:5: «Los que miran al Señor quedan radiantes de alegría y jamás se verán defraudados. Me pareció interesante que el versículo hablara exactamente de lo que estaba sintiendo ese día. Era como si Dios me hubiera dado un hombro para llorar.
¡Y eso me ayudó!
Douglas entendió lo que Gabriel estaba sintiendo porque él había pasado por algo similar antes. Se sintió consolado por Dios al leer la Biblia, por eso pudo compartir ese consuelo con su amigo.
Cuando nuestros amigos enfrentan momentos difíciles, similares a los que ya experimentamos, podemos ofrecer un hombro, compartir con ellos cómo Dios nos ha fortalecido y asegurarles que él también los fortalecerá.