¿Por qué voy a sentir miedo en los días difíciles, cuando esté rodeado de la perversidad de mis enemigos? Salmo 49:5, PDT.
El Salmo 49 fue escrito para instruir, similar al libro de Eclesiastés, donde se presenta la vanidad de la riqueza, el orgullo y la fama. Cuando morimos, dejamos toda posesión terrenal, solo las inversiones que hemos atesorado en el cielo prevalecerán.
¿Dónde hemos hecho nuestras inversiones? «No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos, tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón» (Mateo 6:19-21).
«El Salmo 49 responde a la pregunta ‘¿Por qué parece que los ricos tienen las ventajas en esta vida?’ El salmo enseña que las riquezas no pueden postergar la muerte, y que al morir los ricos quedan reducidos al mismo nivel de los pobres … Habla del consuelo que se obtiene al considerar el fin de los justos, que es vida eterna, en contraste con el fin de los impíos. Se recita el Salmo 49 en el hogar judío ortodoxo moderno en la semana de luto que sigue a la muerte de un familiar» (3CBA, p. 758).
Inicia con un llamado a oír el mensaje: «Oíd esto, pueblos todos; escuchad, habitantes todos del mundo, así los plebeyos como los nobles, el rico y el pobre juntamente. Mi boca hablará sabiduría, y el pensamiento de mi corazón inteligencia. Inclinaré al proverbio mi oído; declararé con el arpa mi enigma» (Salmo 49:1-4). Luego, en el versículo 5 empieza un monólogo que describe la paz que disfrutan los que confían en Dios y no en su propia riqueza. Podría parafrasearse: ¿Por qué he de tener los mismos miedos que la gente del mundo? ¿Por qué tener miedo de los intentos maliciosos? No permitas que el miedo te arruine porque, como afirmó Facundo Cabral: «Nos envejece más la cobardía que el tiempo. Los años solo arrugan la piel, pero el miedo arruga el alma».
Nuestra única seguridad está en Jesús. «No están seguros a menos que se tomen de la mano de Cristo. Deben cuidarse de todo lo que se parezca a la presunción, y apreciar aquel espíritu que está dispuesto a sufrir antes que a pecar. Ninguna victoria que puedan obtener será ni de cerca tan preciosa como la victoria sobre ustedes mismos» (MM, p. 47).