«Dejen crecer a ambos hasta la siega. Cuando llegue el tiempo de la siega, yo diré a los segadores: «Recojan primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla. Pero reúnan el trigo en mi granero»». Mateo 13:30, RVA15
EN ESTE MUNDO nos mantendremos preocupados y sin esperanza (como el diablo quiere que estemos), si continuamos mirando las cosas que causan preocupación, pues nos desanimamos al ocuparnos de ellas y hablar de ellas. […] Podemos crear un mundo irreal en nuestra mente o imaginarnos una iglesia ideal, donde las tentaciones de Satanás no inducen más al mal, pero esa perfección existirá solo en nuestra imaginación. El mundo es un mundo caído, y la iglesia es un lugar representado por un campo en el que crecen la cizaña y el trigo. Han de crecer juntos hasta la cosecha. No debemos desarraigar la cizaña, de acuerdo con la sabiduría humana, no sea que por las sugestiones de Satanás sea arrancado el trigo suponiendo que es cizaña. La sabiduría de lo alto vendrá al que es manso y humilde de corazón, y esa sabiduría no lo inducirá a destruir al pueblo de Dios, sino a edificarlo. […]
Nadie tiene por qué equivocarse, nadie tiene que perder los momentos únicos de su corta vida buscando pesar las imperfecciones de los profesos cristianos. Ninguno de nosotros tiene tiempo para eso. Si sabemos cómo debe ser el carácter de los cristianos y, sin embargo, vemos en otros lo que es inconsecuente en su carácter, determinemos que resistiremos firmemente al enemigo en sus tentaciones de hacernos proceder inconsecuentemente y digamos: «No haré que Cristo se avergüence de mí. Estudiaré más asiduamente el carácter de Cristo en quien no hay imperfección, egoísmo, ni tacha ni mancha de mal, que no vivió para agradarse a sí mismo, sino para glorificar a Dios y salvar a la humanidad caída. No copiaré los caracteres defectuosos de esos cristianos inconsecuentes, las faltas que han cometido no me inducirán a imitarlos. Me volveré al precioso Salvador para ser como él, seguiré la instrucción de la Palabra de Dios que dice: «Que haya en ustedes el mismo sentir que hubo en Cristo Jesús»» (Fil. 2: 5, RVC).— The Review and Herald, 8 de agosto de 1893.