“He aquí mi pacto es contigo, y serás padre de muchedumbre de gentes”. Genesis 17:4
El sello particular de la experiencia de Abrahán fue su fe inquebrantable en la voluntad de Dios. Con esto no digo que Abrahán nunca dudó. Su vida se vio marcada por el fracaso. El Antiguo Testamento revela su falta de confianza. A veces, lo muestra impaciente, y en ocasiones, hasta mentiroso o fraudulento; pero su fe crecía de continuo. A lo largo de su vida, desarrollo una confianza inquebrantable en Dios.
Pidiéndole que abandonara su hogar en Ur de los caldeos, Dios escogió a este patriarca para convertirlo en recipiente especial de sus bendiciones, y lo sometió a la primera gran prueba de fe cuando Abrahán tenía setenta y cinco años de edad. Le prometió que haría de él el padre de una gran nación, si pasaba la prueba de fe, yéndose a la tierra desconocida de Canaán, 643 km (400 millas) at sur de Harán. Dios le prometió: “Bendeciré a los que te bendijeren… y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Gén. 12:3).
Abrahán le creyó a Dios. Por fe, se fue. Su fe debe haber sido inusualmente fuerte, porque cuando Dios lo llamó, él embaló las pertenencias de su familia y se marchó. Sin embargo, su fe no fue perfecta. Cuando el hambre se propagó por todo Canaán, él no esperó que Dios lo sustentara; huyó a las Sierras fértiles de Egipto en busca de alimento. Y una vez allí, recurrió a la mentira, haciendo pasar a su esposa Sara como hermana. No objeto para nada que se la llevaran al palacio del faraón. Sólo la intervención divina evitó que Sara se convirtiera en una de las esposas de los gobernantes egipcios.
Su fe fue puesta a prueba una vez más, mientras esperaba —ya por largos años— convertirse en padre. Y falló otra vez, cuando procuro tener un hijo con Agar, una de las siervas de Sara. Sintiéndose culpable, Abrahán se arrepintió profundamente;y con el tiempo, Sara finalmente concibió a Isaac.
La prueba de fe final llegó en el momento culminante de la historia de su vida. Dios le ordenó ofrecer a su hijo Isaac en sacrificio. El anciano patriarca siguió las instrucciones de Dios. Despertó a su hijo. Cortó la leña. Subió al monte Moria y erigió el altar. Hasta alzó el cuchillo… Cuando ya se alistaba a matar a su hijo fiel y obediente, “el ángel de Jehová le dio vocesdesde el cielo, y dijo. Abraham, Abraham. . . No extiendas tu mano sobre el muchacho,ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios” (Gén. 22:11,12). Dios mismo proveyó un carnero para el sacrificio. La fe venció.
Dios probó la fe de Abrahán vez tras vez. Y ante cada reto, su fe se profundizó.
Dios también prueba a diario nuestra fe. Cada día nos desafía a que confiemos más en él. Cuando, como Abrahán, fallamos en nuestra prueba, nos prepara otra. Dios nunca nos abandona. Nos fortalece a diario frente a cada prueba, y lo seguirá haciendo hasta el día en que pasemos la prueba final, y vayamos con él al hogar.