Confío en Dios y alabo su palabra; confío en Dios y no siento miedo. ¿Qué puede hacerme un simple mortal? Salmo 56:4; NVI.
Este salmo fue escrito cuando David huyó de Saúl, se refugió en territorio filisteo, fingió estar loco para salvar su vida, y se escondió en la cueva de Adulam (1 Samuel 21:10-22:1) ¿Qué otro mal podía David esperar? En medio de circunstancias tan extremas había visto la mano de Dios, y entonces exclamó: ¿Qué me puede hacer un simple mortal? Pueden producirnos dolor, sufrimiento y muerte, pero nadie puede robar nuestro espíritu ni el futuro que nos espera más allá de esta vida.
El versículo de hoy inicia con una alabanza. Un corazón que alaba, agradece y confía no tiene lugar para el miedo. Cuando el miedo te aceche en secreto, alaba y glorifica a Dios en voz alta. La alabanza y el miedo no pueden convivir en el mismo espacio.
«Algunos están siempre en espera del mal, o agrandan de tal manera las dificultades que realmente existen, que sus ojos se incapacitan para ver las muchas bendiciones que demandan su gratitud. Los obstáculos que encuentran, en vez de guiarlos a buscar la ayuda de Dios, única fuente de fortaleza, los separan de él, porque despiertan inquietud y quejas» (PP, p. 265).
Cuando regresé a trabajar después de mi «terapia divina», el coordinador de servicios humanos quería asegurarse de los resultados. Me reuní con él en varias ocasiones para explicarle el «método terapéutico» que había utilizado: estudiaba mi Biblia muchas horas al día para encontrar las promesas para los que sufren a causa del miedo; hice un calendario con esas promesas y las memorizaba; ofrecía charlas sobre mi técnica para vencer el miedo en iglesias; y escribía un libro al respecto. El Espíritu de Dios se manifestó en aquel lugar, porque «el método» no era científicamente aprobado. De modo que luego de un corto silencio me dijo: «Bueno, al parecer tu método está funcionando», mientras firmaba la autorización para reincorporarme en mi trabajo.
Además del agradecimiento y la alabanza, decide vencer tus miedos. Las palabras forman actitudes, que llevan a actos; un acto repetido forma un hábito, y un conjunto de hábitos define un carácter.
Pues bien, una palabra de alabanza se irá conformando en una actitud agradecida y esto te llevará a actos de coraje; un acto repetido de coraje se transformará en un hábito en tu vida y de allí, con el poder de Dios, desarrollarás un carácter firme y confiado.