«Porque Dios, que ordenó que la luz resplandeciera en las tinieblas, hizo brillar su luz en nuestro corazón para que conociéramos la gloria de Dios que resplandece en el rostro de Cristo». 2 Corintios 4:6, NVI
ESTE CONOCIMIENTO, el conocimiento de la gloria de Dios, es el tipo de conocimiento más elevado asequible para los mortales. «Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios y no de nosotros» (2 Cor. 4:7).
Las falacias humanas abundan y son engañosas. Instrumentos invisibles trabajan para disfrazar la falsedad con visos de verdad; los errores se cubren con un ropaje engañador para inducir a los seres humanos a aceptarlos como indispensables para lograr una educación superior. Y estas falacias engañarán a muchos de nuestros estudiantes a menos que se los proteja cuidadosamente, y a menos que el Espíritu de Dios los induzca a apoderarse de las excelsas y santas verdades de la Palabra para adornar con ellas sus mentes, aceptándolas como los principios básicos de la educación superior. Ninguna instrucción puede exceder en valor a la instrucción pura de Dios, que da para iluminar a todos los que deseen recibir la luz. […] No puede haber otra educación superior a la que dio el Gran Maestro.— Carta 98, 1909.
Nada es más perjudicial para los intereses del alma, su pureza, su concepción verdadera y santa de Dios y de las cosas sagradas y eternas, que escuchar constantemente y dar prominencia a lo que no procede de Dios. Envenena el corazón y degrada el entendimiento. La verdad pura puede rastrearse hasta su origen divino por medio de su influencia elevadora, refinadora y santificadora del carácter de quien la recibe.
En este momento en el que cada cosa que podamos imaginar está apareciendo para confundir al pueblo de Dios, debemos procurar que nuestra vista espiritual sea fortalecida; que nuestra fe en la Palabra de Dios sea firme. Debemos tener claro que las palabras y las enseñanzas de Cristo, que son las palabras y las enseñanzas de Jehová, contienen la instrucción más excelsa que cualquier ser humano puede obtener. Cuando alguien busque confundir nuestras ideas, repitamos las palabras de Cristo: «Nadie puede servir a dos señores» (Mat. 6: 24, NVI).
Dejemos qué la palabra del Señor se muestre de manera clara y contundente.— Carta 12, 1890