«Por último, hermanos, consideren bien todo lo verdadero, todo lo respetable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo digno de admiración, en fin, todo lo que sea excelente o merezca elogio». Filipenses 4:8, NVI
FORMAMOS PARTE de la gran trama de la humanidad. Nos transformamos a la imagen de aquello en lo que nos ocupamos. Cuán importante es, entonces, abrir nuestro corazón a las cosas que son amables, buenas y de buen nombre. Dejemos entrar en el corazón la luz del Sol de Justicia. No fomentemos una raíz de amargura que al brotar pueda contaminar a muchos. — The Review and Herald, 15 de agosto de 1893.
Cristo era infinito en sabiduría y, sin embargo, resolvió aceptar a Judas, aunque sabía dónde estaban sus imperfecciones de carácter. Juan no era perfecto; Pedro negó a su Señor; y, sin embargo, con hombres como esos se organizó la iglesia cristiana primitiva. Jesús los aceptó para que pudieran aprender de él lo que constituye un carácter cristiano perfecto. La ocupación de cada cristiano es estudiar el carácter de Cristo. […]
Solo Judas no respondió a la instrucción divina. […] Blindó su corazón para resistir la influencia de la verdad y, mientras criticaba y condenaba a otros, descuidaba su propia alma, y fomentaba y fortalecía sus malos rasgos naturales de carácter, hasta que se endurecieron a tal punto que terminó vendiendo a su Señor por treinta piezas de plata. ¡
Animémonos a mirar a Jesús! […]
Es frecuente ver imperfecciones en los que llevan adelante la obra de Dios. […] ¿No sería más agradable a Dios que fuéramos imparciales y viéramos cuántos están sirviendo a Dios, glorificándolo y honrándolo con sus talentos, medios e intelecto? ¿No sería mejor considerar el admirable y milagroso poder de Dios en la transformación de los pobres y degradados pecadores, que han estado plenos de corrupción moral, y que han sido cambiados de modo que son semejantes a Cristo en carácter? Los asuntos menos favorables […] no deberían hacernos sentir preocupados y desanimados. Dios tiene el propósito de que todo lo que hace que miremos las debilidades de la humanidad nos induzca a acudir a él, y en ningún caso a poner nuestra confianza en los seres humanos, o hacer de la carne nuestro brazo.— Ibid.