¿Has estado alguna vez en una situación en la que un amigo trata de hacer algo que tú sabes que no es correcto? ¿Cuán fácil es decir “no”? Josías estaba rodeado por personas que hacían malas cosas, pero él aprendió a decir “no” y transformó todo un país.
El rey Josías no era como su padre, el rey Amón; o como su abuelo, el rey Manasés. Su abuelo hizo muchas cosas malas. Construyó lugares para que la gente adorara a dioses falsos y adorara a las estrellas en el cielo. Incluso ofreció a sus hijos en holocausto para honrar a sus dioses. El rey Manasés mandó hacer dioses ajenos en los altares del templo de Dios. Hablaba con ángeles malos y mató a muchas personas que no habían hecho nada malo.
Mientras Manasés fue rey, desapareció el libro de la ley de Dios. El plan era que los sacerdotes leyeran este libro al pueblo cada día. Sin este libro, la gente no podía aprender acerca de Dios.
El rey Amón, padre de Josías, hizo todavía cosas peores. Sus ministros lo odiaban tanto, que lo mataron en su propio palacio. Entonces la gente mató también a esos ministros. Y de esa manera Josías llegó a ser rey cuando apenas tenía ocho años. El rey Josías no era como su padre o su abuelo. Él realmente amaba a Dios.
Siempre trataba de hacer lo que era correcto. Desde adolescente se consagró a Dios.
Cuando el rey Josías tenía veinte años, comenzó a deshacerse de todos los ídolos o altares dedicados a los dioses falsos. Destruyó sus lugares de adoración. Derribó sus altares. Contrató hombres que rompieran los ídolos y los desmenuzaran hasta volverlos polvo. Entonces esparció ese polvo sobre las tumbas de las personas que habían adorado esos dioses falsos.
Cuando cumplió 26 años, el rey Josías decidió purificar el país y reparar el templo. Josías envió a Safán, su asistente real, a ver a Jilquías, el sumo sacerdote. Antes de que Safán se retirara a cumplir su misión, el rey Josías le dio algunas instrucciones.
—Pide a Jilquías que reúna todo el dinero que los sacerdotes porteros han recolectado en el templo —dijo el rey Josías—. Dile que ese dinero debe usarse para reparar el templo. Él debe darle ese dinero a los supervisores de las reparaciones y ellos deben pagar con él a los trabajadores y comprar los materiales que se necesiten.
Safán entró al templo y encontró al sacerdote Jilquías. Jilquías escuchó atentamente las instrucciones del rey Josías. Inmediatamente Jilquías le pidió a los levitas porteros que juntaran el dinero.
¡El templo iba a ser reparado! Al mismo tiempo, Jilquías tenía noticias para el rey Josías. Le dijo a Safán:
—¡He encontrado el libro de la ley! ¡Míralo! —le dijo, mientras sostenía sonriendo el libro—. Había estado aquí mismo en el templo todo este tiempo.
Jilquías le dio el libro a Safán. Safán leyó algunos párrafos.
—¡El Rey debe ver esto!
—dijo emocionado.
—Llévaselo por favor
—respondió Jilquías.
Y Safán se lo llevó al Rey.
La próxima semana descubriremos qué sucedió cuando el rey Josías recibió el libro perdido por tanto tiempo.