“‘¡Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús!’” (Apoc. 14:12).
El filósofo danés Søren Kierkegaard contó una parábola sobre el tiempo del fin, que decía algo así:
Un incendio estalló entre bastidores en un gran teatro. Un payaso, que había sido parte de la actuación, salió para advertirle a la audiencia: ¡Salgan; el lugar está en llamas! El público pensó que era solo una gran broma, parte del espectáculo, que eso era todo, y solo aplaudía. Él repitió la advertencia: ¡Salgan! ¡Salgan! Pero, cuanto más enfáticamente les advertía, más aplausos recibía. Para Kierkegaard, así es como va a terminar el mundo; es decir, ante el aplauso general de los testigos que creen que es una “broma”.
El fin del mundo, y los acontecimientos que lo preceden, no son una broma. El mundo se enfrenta a la crisis más grave desde el Diluvio. De hecho, el mismo Pedro utiliza la historia del Diluvio como un símbolo del fin y advierte que, así como el mundo antiguo pereció por el agua, en el tiempo del fin, “los cielos desaparecerán con gran estruendo; los elementos serán destruidos por el fuego, y la Tierra y todas sus obras serán quemadas” (2 Ped. 3:10). Como ya se nos advirtió sobre lo que vendrá, ahora tenemos que estar preparados para ello también.