«Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación». Romanos 5:11
NUESTRO GRAN SUMO SACERDOTE completó la ofrenda de sacrificio de sí mismo cuando sufrió fuera de la puerta (ver Heb. 13: 12). Entonces efectuó una perfecta expiación por los pecados del pueblo. Jesús es nuestro Abogado, nuestro Sumo Sacerdote, nuestro Intercesor. Por lo tanto, nuestra posición actual es como la de los israelitas, que estaban en el atrio externo, esperando esa bendita esperanza, el glorioso aparecimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. […]
Cuando el sumo sacerdote entraba en el lugar santo, que representa el lugar donde nuestro Sumo Sacerdote está ahora intercediendo, y ofrecía sacrificios en el altar, afuera no se ofrecían sacrificios propiciatorios. Mientras el sumo sacerdote estaba intercediendo adentro, cada corazón había de inclinarse arrepentido delante de Dios, rogando el perdón de las transgresiones. A la muerte de Cristo, el símbolo se encontró con la realidad, el Cordero muerto por los pecados del mundo. El gran Sumo Sacerdote ha efectuado el único sacrificio que será de valor alguno. […]
En su intercesión como nuestro Abogado, Cristo no necesita de la virtud ni la intercesión de los seres humanos. Cristo es el único que lleva los pecados, la única ofrenda por el pecado. La oración y la confesión han de ser ofrecidas únicamente a Aquel que ha entrado una sola vez para siempre en el lugar santo. Cristo declaró: «Si alguno ha pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo, el justo» (1 Juan 2: 1).
Cristo representó a su Padre ante el mundo y, delante de Dios, representa a los escogidos, en quienes ha restaurado la imagen moral de Dios. Son su heredad. […] La humanidad solo tiene un Abogado e Intercesor que puede perdonar las transgresiones. ¿No se llenará nuestro corazón de gratitud hacia Aquel que dio a Jesús para que fuera la propiciación por nuestros pecados? Pensemos detenidamente en el amor que el Padre manifestó a nuestro favor, el amor que expresó por nosotros. No podemos medir este amor. No hay manera de hacerlo. Solo podemos señalar al Calvario, al Cordero inmolado antes de la creación del mundo. Es un sacrificio infinito. Y, ¿podemos comprender y medir el infinito?— Manuscrito 128, 1897.