«Por eso le era necesario ser semejante a sus hermanos en todo: para que llegara a ser un sumo sacerdote misericordioso y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiara los pecados del pueblo». Hebreos 2:17,RVC
LEEMOS DEL SUMO SACERDOTE de Israel: «Llevará Aarón los nombres de los hijos de Israel en el pectoral del juicio sobre su corazón, cuando entre en el santuario, como memorial perpetuo delante de Jehová» (Éxo. 28: 29). ¡Qué bella y expresiva figura es esta del amor inmutable de Dios por su iglesia! Nuestro gran Sumo Sacerdote, de quien Aarón era un símbolo, lleva a su pueblo sobre su corazón. […]
Cristo, como el gran Sumo Sacerdote, al hacer una perfecta expiación por el pecado, es único en su divina majestad y gloria. Los otros sumos sacerdotes eran sólo símbolos y, cuando él apareció, se desvaneció la necesidad de los servicios de ellos. […] Los seres humanos, sujetos a la tentación, deben recordar que en las cortes celestiales tienen un Sumo Sacerdote que se conmueve con el sentimiento de sus debilidades, porque él mismo fue tentado, así como lo son ellos.— The Review and Herald, 17 de marzo de 1903.
Cristo es el Ministro del verdadero tabernáculo, el Sumo Sacerdote de todos los que creen en él como su Salvador personal, y ningún otro puede tomar su función. Es el Sumo Sacerdote de la iglesia, y tiene una obra que hacer que nadie más puede realizar.
Cristo ofreció su cuerpo quebrantado para recuperar la heredad de Dios, para dar al ser humano otra oportunidad. «Por eso puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos» (Heb. 7: 25). Cristo intercede por la raza perdida mediante su vida inmaculada, su obediencia, su muerte en la cruz del Calvario. Y ahora, el Capitán de nuestra salvación intercede por nosotros no como un simple suplicante, sino como un Vencedor que reclama su victoria.— The Signs of the Times, 14 de febrero de 1900.
Su ofrenda es completa y, como Intercesor nuestro, ejecuta la obra que él mismo se señaló, sosteniendo delante de Dios el incensario que contiene sus méritos inmaculados y las oraciones, las confesiones y las ofrendas de agradecimiento de su pueblo. Estas, perfumadas con la fragancia de la justicia de Cristo, ascienden hasta Dios en olor suave. La ofrenda se hace completamente aceptable y el perdón cubre toda transgresión.— Palabras de vida del gran Maestro, cap. 13, p. 121.