“El eterno Dios es tu refugio, y acá abajo los brazos eternos. El echó de delante de ti al enemigo”. Deuteronomio 33:27
Algo sucedió dentro de mí la primera vez que la vi. Caminaba calle abajo, arrastrando los pies y con los ojos fijos en la acera. Sus cabellos grises y sus profundas arrugas revelaban la carga de los años idos. . . Se veía fatigada, gastada, sucia, despeinada y con las ropas raídas. Su cuerpo hedía al andar, mientras empujaba el carrito de mercado, lleno de cartones y de bolsas plásticas.
Suelo verla a menudo en los alrededores de Thousand Oaks (California). Y siempre me produce cierto dolor. . . Mi hijo me cuenta que la ha visto vagar, vez tras vez, por la misma ruta: de Ventura a Newbury Park, y de allí a Thousand Oaks y Westlake, volviendo luego al punto de partida. Parece no tener destino fijo ni dónde vivir…ningún lugar que le pertenezca o al cual pertenecer…
Desconozco los pormenores de su situación. Quizás el alcoholismo haya acabado con todo lo que tenía. Tal vez esté enferma de la mente; o sus padres o su esposo hayan abusado de ella. Sea cual fuere la causa de su indigencia, su situación me obsesiona… Y he aquí por qué: Todos llevamos dentro la necesidad de ser parte de algo. Los indigentes carecen de esto. Nunca están en casa. Uno lo percibe instintivamente. Por eso es tan difícil mirar para otro lado, para no verlos.
A veces, aun viviendo en la casa de nuestros sueños, con cuatro dormitorios y todas las comodidades, seguimos buscando ese lugar especial donde sentirnos seguros y en paz. Inquietos, buscamos el lugar, el sitio en que podamos sentirnos “en casa’’.
A lo largo de las Escrituras, Dios nos invita a hallar nuestro verdadero hogar en él. En el encontramos refugio y seguridad. Notemos estas reconfortantes declaraciones:
“El eterno Dios es tu refugio” (Deut. 33:27). “Dios es nuestro amparo y fortaleza ‘ (Sal. 46: 1).
No somos vagabundos sin hogar. No somos gente de la calle, no deseada; ni andamos por andar. Hay un lugar en el corazón de Cristo para cada uno de nosotros. En el podemos encontrar consuelo y seguridad. En el cesan nuestras inquietudes. Me encantan las palabras del antiguo himno que dice:
“En su corazón, hay amor para ti. amor puro y tierno, profundo y veraz. No estás solo… sola; ya no llores más. Su hogar es tu hogar: te recibirá. ”
—Por Alice Pugh y C. H. Forrest. Adaptado
En Jesús nos sentimos realmente “en casa”. Y cesan nuestras inquietudes.