Las Bellas Historias de la Biblia Para el: 21 marzo
«Después dio a luz a su hermano Abel. Y Abel fue pastor de ovejas, y Caín fue labrador de la tierra» Génesis 4:2
EL segundo niñito cuyo nombre se encuentra en la Biblia es Abel. Nació poco después de Caín, porque ambos crecieron juntos.
Deben haber jugado en los bosques y chapoteado juntos en los arroyos. Quizá fueron los primeros niños en hacer una barca que flote en la laguna más cercana.
¡Cómo habrán disfrutado en aquellos lejanos días cuando el mundo era joven y muy hermoso!
Estos dos niños, probablemente, eran líderes en su familia numerosa y siempre en aumento. Los hermanos y hermanas menores los admiraban y seguían su ejemplo, que sin duda es la razón de que sus hombres estén registrados, y no el de los demás. Como eran líderes, su manera de vivir y actuar llegaron a ser muy importantes.
Con el paso del tiempo, los niños crecieron hasta hacerse grandes y se dedicaron a diferentes ocupaciones. A Caín le encantaba cultivar la tierra. La Biblia dice que «se dedicó a trabajar la tierra». Probablemente inventó el primer arado. Y qué entusiasmo habrá tenido en recoger semillas, sembrarlas y observarlas crecer hasta convertirse en plantas fuertes, robustas y hermosas.
De Abel se nos dice que prefería trabajar con animales. «Se dedicó a pastorear ovejas» —el primer pastor—, y me imagino que habrá cuidado con mucho cariño a los primeros corderitos.
Ambos muchachos fueron instruidos en el conocimiento de Dios. Probablemente, la mayoría de las historias que les contaba Eva eran del Edén y de todo lo que sucedía allí, porque esos días gloriosos en ese maravilloso jardín eran sus recuerdos más preciados. De modo que estos dos muchachos, al igual que todos sus hijos, escucharon hablar del amante Creador, de la astuta tentación del diablo, de cómo ella cedió y de todas las cosas tristes que ocurrieron después. De todas las historias de Eva, la predilecta era la de la promesa de que, un día, uno de sus hijos aplastaría la cabeza de la serpiente y conduciría a la familia de vuelta al Edén. Todos los niños deben haber abrigado la esperanza de poder ser ese héroe.
Los niños también aprendieron que debían dar ofrendas a Dios para mostrarle amor y respeto, y manifestar fe en su promesa de ayudarlos. Una y otra vez se les dijo que el pecado es tan odioso, que solo la muerte —el derramamiento de sangre- puede expiarlo.
«Tiempo después, Caín presentó al Señor una ofrenda del fruto de la tierra. Abel también presentó al Señor lo mejor de su rebaño, es decir, los primogénitos con su grasa. Y el Señor miró con agrado a Abel y a su ofrenda, pero no miró así a Caín ni a su ofrenda».
La Biblia no dice cómo manifestó Dios su «agrado» por la ofrenda de Abel. Bien puede ser que hizo descender fuego del cielo sobre el corderito muerto de Abel, que fue consumido. El hecho es que hubo una diferencia. Era evidente que la ofrenda de frutas, nueces y verduras de Caín no fue aceptada.
¿Por qué Dios hizo esta diferencia? ¿Por qué «miró con agrado» a una ofrenda y no a la otra?
Porque, al derramar la sangre de un cordero, Abel reveló que comprendía el plan de Dios de vencer a Satanás y recuperar el Edén para el hombre; que solo podía ser mediante la muerte del «Cordero de Dios»,* el mismo Hijo de Dios.
Caín, indudablemente, comprendía esto tanto como Abel, pero no podía entender por qué su ofrenda no fue aceptada al igual que la de su hermano. Y cuando vio que Dios había «aceptado» la ofrenda de Abel, mientras que ignoró la suya, se llenó de celos.
«Por eso Caín se enfureció y andaba cabizbajo»; en otras palabras, demostraba lo que sentía.
Dios vio esas miradas de mal genio, como ve todas las miradas malas en la actualidad, y le dijo a Caín:
—»¿Por qué estás tan enojado? ¿Por qué andas cabizbajo? Si hicieras lo bueno, podrías andar con la frente en alto. Pero si haces lo malo, el pecado te acecha, como una fiera lista para atraparte».
Dios estaba tratando de ser justo y de mostrarle que no hacía favoritismo. Caín tuvo la misma oportunidad que Abel. Si hubiese traído la misma ofrenda que su hermano, Dios la hubiese aceptado gustoso como había aceptado la de Abel.
Pero Caín no entraba en razón. El enojo lo encegueció. Pensaba que él estaba en lo cierto y que Dios estaba equivocado,
Más tarde, fue hasta donde estaba Abel en el campo y «habló con su hermano Abel». No sabemos lo que le dijo, pero podemos estar seguros de que no fue algo agradable ni fraternal. Levantó la voz. Maldijo. Lo acusó falsamente. Fue la primera pelea.
Caín cada vez estaba más furioso hasta que, al final, «atacó a su hermano y lo mató»
La Biblia no nos cuenta si le pegó con el puño, con un garrote o si lo apuñaló con un cuchillo. Nos queda el cuadro de ese joven hermoso, cayendo al suelo sin fuerzas.
La muerte había llegado a la familia humana. El primer hogar se había roto por primera vez
¡Ay, qué día tan, pero tan triste!
Nadie sabe quién le dio la noticia a Adán y Eva, pero la angustia que les causó debe haber sido terrible. Puedo verlos corriendo hacia el campo manchado de sangre, levantando el pobre cuerpo entumecido, sin poder creer que nunca más volvería a respirar, que nunca más sonreiría ni volvería a hablar. Y puedo oír los sollozos desconsolados de esos pobres padres, mientras exclamaban, como lo hizo David mucho después por Absalón: «¡Ay, Abel, hijo mío! ¡Hijo mío, Abel, hijo mío!».
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Tomado de: Las Bellas Historias de la Biblia
Por: «Arthur S. Maxwell»
Colaboradores: Noel Ramos & Miguel Miguel
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