«Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió» Génesis 3:21
NO se nos dice cuánto se alejaron Adán y Eva de su jardín edénico, pero pronto notaron muchos cambios. Primeramente, descubrieron que necesitaban ropa, y leemos que «Dios el Señor hizo ropa de pieles para el hombre y su mujer, y los vistió».
¡Qué ropa debe haber sido aquella, hecha con toda la habilidad, toda la solicitud, toda la tierna compasión del Creador del hombre!
Sin embargo, esta ropa significaba muerte. Al menos un animal, posiblemente dos, tuvieron que morir para que Adán y Eva pudieran vivir. Y de esa manera se les hizo entender nuevamente el costo del pecado.
Muchas veces, en sus viajes, deben haber conversado de aquellos buenos días que habían disfrutado en el glorioso Paraíso que Dios les había dado en el comienzo. Muchas veces, también, deben haberse preguntado si alguna vez se les permitiría volverlo a ver
Cuando una y otra veo repasaban todo lo que había sucedido aquel triste día en que cometieron su terrible error, había algo que resurgía persistentemente en su mente. Es algo que Dios le había dicho a la serpiente.
Una y otra vez lo repetían, preguntándose qué significaría: «Pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y la de ella; su simiente te aplastará la cabeza, pero tú le morderás el talón».
¿Qué querría decir esto?
Una cosa era segura: Significaba que Eva tendría hijos, y ella estaba contenta por eso. Pero ¿qué más incluía eso?
Bueno, habría «enemistad» o guerra entre los hijos de Eva y los hijos de la serpiente. Eva sabía que nunca perdonaría a la serpiente por la forma en que la engañó y la privó de hermoso hogar; ni tampoco sus hijos. Ella se encargaría de eso. Y por cierto, cuando Dios le dijo a la serpiente: «Tú le morderás el talón», significaba que la simiente de ella, sus hijos —o uno de ellos— ganaría el conflicto finalmente.
Aquí, por primera vez, ella vio un destello de esperanza. Algún día, la malvada serpiente, que había caudado tanto pesar y pérdida sobre ella y su esposo, sería destruida. Entonces, quizá, Dios les permitiría regresar al Edén.
¡Cuánto amaban esta promesa! Fue la primera promesa hecha al hombre alguna vez y la primera que se menciona en la Biblia. Para Adán y Eva era la única promesa que tuvieron, ¡y qué preciosa debe haber sido para ellos! En los días oscuros, cuando todo parecía ir mal, la recordaban y hablaban de ella, hasta que, una vez más, surgía la esperanza en sus corazones apesadumbrados.
Imagínate con cuántas ansias esperaban la llegada de su primer bebé. Quizá él sería —cuando creciera— el que le aplastaría la cabeza a la serpiente. ¡Quizá no tendrían que esperar mucho para regresar al Edén después de todo!
Pero cuando nació Caín, no aplastó a la serpiente. Por el contrario, resultó ser un gran chasco. Ni tampoco Abel, ni Set ni ninguno de sus hijos cumplió la promesa.
Pasaron los años y nadie venía a restaurarlos al Paraíso y al árbol de la vida. Debe haber sido difícil conservar la esperanza.
¿Qué tenía en mente el Señor cuando les hizo esta promesa en el jardín? ¿A quién se estaba refiriendo cuando habló de la simiente de la mujer? Estaba pensando, por supuesto, en su Hijo que un día vendría a la tierra como un bebé —uno de los hijos de Eva— y lucharía contra el gran enemigo. Como Jesucristo, Emanuel, «Dios con nosotros», destruiría a Satanás y llevaría otra vez a Adán y Eva y a todos los que aman a Dios al Edén.
Por supuesto, si Dios les hubiese dicho a Adán y Eva que tendrían que esperar miles de años antes de volver a ver su hogar, se habrían desanimado mucho. Así que les dijo lo suficiente para que supieran que todo saldría bien al final. Esto alegró su pobre y triste corazón, y los instó a seguir esperando. Y los hombres han seguido transmitiéndose unos a otros esa misma bendita esperanza a través de los siglos.
Sucedió que todas las personas que amaban a Dios —incluso en esos tiempos antiguos— comenzaron a desear que llegue Jesús. Por esto Enoc, «el séptimo patriarca a partir de Adán», dijo:
—»Miren, el Señor viene con millares y millares de sus ángeles para someter a juicio a todos».
Hoy, esa misma esperanza es nuestra. En todas partes, los niños y las niñas que aman a Jesús esperan ansiosos su regreso. Porque cuando él venga, la promesa que Dios le hizo a Adán se cumplirá, y “aquella serpiente antigua que se llama Diablo y Satanás será destruida. Entonces, también el Edén, el bello y glorioso Edén, será restaurado, y los hijos de Dios vivirán allí en perfecta felicidad para siempre.
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Tomado de: Las Bellas Historias de la Biblia
Por: «Arthur S. Maxwell»
Colaboradores: Noel Ramos & Miguel Miguel