«Por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos». Hebreos 7:25, RVA
¿QUÉ ABARCA LA INTERCESIÓN? Es la cadena dorada que une a los seres humanos finitos con el trono del Dios infinito. El ser humano, a quien Cristo ha salvado por su muerte, importuna ante el trono de Dios, y su petición es tomada por Jesús que lo ha comprado con su propia sangre. Nuestro gran Sumo Sacerdote coloca su justicia de parte del sincero suplicante, y la oración de Cristo se une con la del ser humano que ruega.
Cristo insta a su pueblo a orar sin cesar. Esto no significa que debemos estar siempre de rodillas, sino que la oración ha de ser como el aliento del alma. Nuestras peticiones silenciosas, dondequiera que estemos, ascienden a Dios, y Jesús nuestro Abogado suplica por nosotros, sosteniendo con el incienso de su justicia nuestros pedidos ante el Padre.
El Señor Jesús ama a su pueblo, y lo fortalece cuando este pone su confianza y su dependencia plenamente en él. Él vivirá mediante su pueblo, dándole la inspiración de su Espíritu santificante, impartiéndole una transfusión vital de sí mismo. Cristo obra mediante las facultades de ellos y hace que elijan la voluntad de Cristo y procedan de acuerdo con el carácter de él. Entonces, ellos pueden decir como el apóstol Pablo: «Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gál. 2: 20). […]
El Señor no dejará a sus hijos afligidos y probados para que soporten las tentaciones de Satanás. Tenemos el privilegio de confiar en Jesús. Los cielos están henchidos de ricas bendiciones, y es nuestro privilegio tener el gozo de Cristo en nosotros para que nuestro gozo sea completo. No tenemos porque no pedimos, o porque no oramos con fe, creyendo que seremos bendecidos con el influjo especial del Espíritu Santo. Al que busca verdaderamente a través de la mediación de Cristo, le es impartida la benevolente influencia del Espíritu Santo.— Carta 13, 1894.