«Enséñanos de tal modo a contar nuestros citas que traigamos al corazón sabiduría.» Sal 90:12
Era día de mercado, así que me puse la mochila en la espalda y descendí al pueblo. Me fascina la luz de las mañanas de primavera, luz dorada y prometedora de colores radiantes. En el trayecto vi a lo lejos una verja con multitud de rosas pero el aroma de un jazmín grandiflora me despistó. Las fragancias del Mediterráneo en flor terminan por atraparte y uno se siente como paseando por el Edén de nuestros orígenes. Desde tiempos inmemoriales, algunos días a la semana, los agricultores de la zona llegan hasta la plaza del pueblo y exponen sus productos. Sus tenderetes no tienen el aspecto de diseño de los grandes supermercados, pero sus frutas y verduras saben, saben de verdad. Después de adquirir algunos limones y jengibre, sanos como ellos solos, probé unos albaricoques de temporada. Fue como retomar a mi infancia más andaluza, a los recuerdos de tiempos anteriores y magnificados. Tras un breve diálogo con una señora que compraba aguacates (¿debe o no llevar cilantro un buen guacamole?) decidí volver a casa. El sol, en su viaje cenital, cubría de contrastes el paisaje. Volví a ver la verja y me acerqué. Estaba rebosante de pequeñas rosas de pitiminí. Los pétalos, unos blanquecinos y otros intensamente rosados, me recordaron alguna filigrana que había visto en un cojín. Eran de una delicadeza exultante, de un color embaucador y de un olor finísimo. No pude resistirme a la emoción de mí corazón y exhalé: «¡Gracias, Señor!»
El salmista, orando con nosotros, pide a Dios que le ayude a saber cómo contar los días, a percibir los detalles, a comprender la grandeza de su mano. La participación de Dios en nuestras vidas es intensa, constante y agradecible. Esa suma, cuando aprendemos a verla, nos permite tener la certeza de que Dios es Dios y de que nosotros, como criaturas voluntariamente dependientes, llegaremos a vislumbrar este mundo con su mirada, a ser sabios.
He visto muchas mañanas como aquella, y tardes y noches. He visto al Señor en las magnitudes, en los sentimientos, y mi oración solo puede ser de agradecimiento. Estoy completamente seguro de que tú has visto tanto o más que yo. Tengo la certeza de que sabes que Dios también se preocupa por mantenerte en el mundo. ¿Por qué no oramos juntos agradeciendo desde el corazón? Solo dos palabras: «¡Gracias, Señor!»
Tomado de: Lecturas Devocionales para Jóvenes 2023 «CARÁCTER» SER COMO JESÚS Y DISFRUTAR DE LA ETERNIDAD Por: «Victor Manuel Armenteros Cruz» Colaboradores: Isai Cedano & Ulice Rodríguez