“Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16, NVI).
El mensaje
Deseo que Jesús sea mi Salvador personal.
¿Lo sabias?
La esposa le envió una nota a Pilato diciéndole que no se metiera con Jesús. Pero Pilato le temía a los líderes Judíos.
Mateo 27: 15-66; Marcos 15.6-47; Lucas 23: 13-56; Juan 18:39-19:42; El Deseado de todas las gentes, pp. 679-689.
Quién es tu mejor amigo? ¿Estarías dispuesto a sufrir con tal de ayudar a ese amigo? ¿Hay alguien a quien no quieres? ¿Harías lo que fuera necesario para ayudar a esa persona si estuviera en peligro? Conozco a alguien que contestaría “¡Sí! a ambas preguntas. Él sufrió y murió por salvar a cada uno de nosotros. Vamos a leer su historia.
He examinado a este hombre ¡y es inocente!”, dijo Pilato. “Voy a mandar que sea azotado y luego lo dejaré libre”. Entonces se armó un gran alboroto en la turba. “¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo! ¡Deja libre a Barrabás y crucifica a Jesús!”, gritaba la multitud cada vez más fuerte.
Se acostumbraba dejar libre a un prisionero durante la fiesta de la Pascua. Pero la multitud estaba demandando que se dejara libre a un terrible criminal y que mataran al inocente Jesús.
Pilato era el gobernante, pero le tenía miedo a la multitud. Y finalmente los dejó que se salieran con la suya. Pilato sabía que Jesús no era culpable de ningún crimen. Sin embargo, lo entregó en manos de la multitud y sacó de la cárcel a Barrabás.
Miles de personas observaban a un lado y otro del camino mientras Jesús avanzaba penosamente por él. Jesús se tambaleaba bajo el peso de la cruz, pero la mayoría de las personas se burlaban de él y lo maldecían. Sus amigos y seguidores lloraban.
Finalmente Jesús se desplomó bajo el peso de la cruz. Ya no tenía fuerzas después de haber sido azotado y torturado por tanto tiempo. Los soldados tomaron a un hombre fuerte que estaba observando y lo obligaron a cargar la cruz. Era Simón, un turista de Cirene, que estaba de paso en Jerusalén.
Finalmente llegaron hasta un lugar llamado Calvario —el lugar donde se daba muerte a los criminales. Los soldados derribaron a Jesús encima de la cruz que habían recostado en el suelo. Le clavaron entonces grandes clavos de hierro en sus muñecas y sus pies. Luego levantaron la cruz y la asentaron sobre un hoyo que habían preparado en el suelo para que se mantuviera alzada. El dolor era terrible. La crucifixión era la forma más cruel y dolorosa de matar a alguien, pero Jesús oró diciendo: “Padre, perdona a estas personas porque no saben realmente lo que están haciendo”.
La multitud observaba mientras los dirigentes se burlaban de Jesús. “Salvó a otras personas, pero no se puede salvar a sí mismo”, gritaban con desprecio. También los soldados se mofaban de Jesús.
Hicieron un cartel y lo clavaron en la cruz, sobre la cabeza de Jesús: “Este es el Rey de los judíos”.
Dos criminales habían sido crucificados junto con Jesús. Uno de ellos se burlaba diciendo. “¡Así que tú eres el Mesías! ¿Por qué entonces no te salvas y nos salvas a nosotros?”
El otro ladrón respondió: “Nosotros merecemos morir, pero este Hombre no ha hecho nada malo”.
Entonces se volvió a Jesús y le rogó: “Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino”. Y Jesús le prometió que lo haría.
A mediodía desapareció completamente la luz del sol. La oscuridad duró hasta las tres de la tarde, cuando Jesús clamó: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” y murió. La tierra se sacudió. El velo del templo se rompió de arriba hacia abajo en dos partes. ¡Sólo Dios y sus ángeles podían haber roto la gruesa cortina!
Pero no fue el horrible dolor de la crucifixión lo que mató a Jesús. Jesús estaba cargando en la cruz el peso de todos los pecados del mundo. Cargó cada pecado que se había cometido y que se iba a cometer. Jesús murió de quebrantamiento de corazón.
Fueron nuestros pecados los que le dieron muerte.
Un buen hombre llamado José vino a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. José colocó el cuerpo de Jesús en una tumba nueva que había sido cavada en la roca. Era la tumba que José había preparado para él.
Entonces se colocó una gran piedra que sellara la entrada. Era ya avanzada esa tarde de viernes. Finalmente todo quedó en silencio.